► Título original: Betty
► Traducción: Ignacio Gómez Calvo
► Año: 2020
► Edición: Hoja de Lata (2022)
► Páginas: 528
Hay libros que parecen mecanismos de relojería, con sus manecillas, esferas y complejos engranajes colocados milimétricamente en su sitio de forma deliberada. Y luego hay novelas furiosas, desordenadas, historias que parecen brotar y derramarse sobre la página como sangre de una herida abierta. Betty, la excepcional obra de Tiffany McDaniel (Ohio, 1985), es sin duda alguna de las que pertenecen al segundo grupo. Concebida como un homenaje a la madre de la autora y, en general, a las mujeres de su familia, Betty es la demoledora constatación de que ha nacido una estrella en el firmamento literario. El gótico rural no murió con Flannery O’Connor y Carson McCullers. No, nada más lejos de la realidad. El género está más vivo que nunca y anda suelto pegando tiros por las calles, a la caza de su próxima víctima.
La trama de la novela transcurre en el imaginario pueblo de Breathed, donde la protagonista y narradora, Betty Carpenter, se convertirá en el foco de incesantes burlas y vejaciones debido a su ascendencia cheroqui. Nacida de padre indio y madre blanca, Betty es la única de sus hermanos que ha heredado el tono oscuro de la piel, pero no la primera que lleva el genio y la mala leche escrito en los genes. Piensa en la familia más disfuncional, anárquica y desestructurada que conozcas y entonces podrás vislumbrar solo una fracción de la locura que supone criarse en el seno de un hogar tallado a punta de cuchillo.
Con una maravillosa fusión de brutalidad narrativa y ternura estilística, Tiffany McDaniel elabora un coming of age absolutamente inolvidable en el que la infancia se presenta, no como el lugar seguro que debería ser, sino como una auténtica trinchera. La voz de Betty Carpenter se alza por encima de la vorágine y del ruido de los abusos para iluminar una novela repleta de claroscuros sobre cómo el amor, el cariño y la fraternidad pueden florecer hasta en campos asfixiados por la mala hierba. En ese sentido, destaca la figura del padre, Landon Carpenter, un hombre maltratado por una sociedad injusta, pero que contraataca las estocadas blandiendo su inquebrantable bondad, sus remedios caseros para toda dolencia y una inagotable ristra de mitos personales diseñados para transformar el más doloroso acontecimiento en un fascinante folclore.
El elenco de personajes de Betty es de los más vívidos que recuerdo haber leído en mucho tiempo. Desde la matriarca, mujer completamente desquiciada por culpa de la pérdida, el trauma y la huella del rechazo, hasta la irreverente Flossie, con sus grandilocuentes sueños de convertirse en actriz, pasando por Fraya y su impenetrable muro de estoicismo, el espíritu artístico de Trustin o el entrañable Lint, los protagonistas de Betty circulan por las páginas de la novela con una naturalidad pasmosa, una veracidad que hiere. Como una diosa airada, Tiffany McDaniel ha soplado aliento en la nariz de sus creaciones y las ha colocado en ese punto intermedio, al sur del cielo y al este del Edén, con la única instrucción de arrancarte el corazón cuando menos te lo esperes. En un ejercicio de literatura visceral, aquí el hilo argumental es una cuerda alrededor de tu cuello y el nudo una cosa que se te queda en la garganta tras leer ciertas escenas.
Cruda, despiadada y extrañamente reconfortante, Betty es una extraordinaria novela de formación ambientada en un mundo donde los niños no tienen tiempo para formarse. Donde los monstruos no acechan dentro del armario, sino debajo de las sábanas. Más que un libro, la obra de McDaniel parece una dentellada. Un relato conmovedor, anclado en la tierra y en las raíces, que celebra la comunión con la naturaleza, la tradición y la historia de los pueblos nativos americanos haciendo gala de una sensibilidad que acelera el pulso y eriza la piel. Imagen personificada de la escritura como refugio y lugar de duelo, Betty Carpenter es una protagonista memorable que, con su mirada inocente y quebrada, nos hace partícipes de una época terrible, convulsa, pero en la que se puede encontrar, si sabes dónde buscar, una arrebatadora belleza.
«Dios nos creó a partir de la costilla de un hombre. Esa ha sido nuestra maldición desde entonces. Por eso los hombres tienen la pala y nosotras la tierra. Ahí mismo, entre las piernas. Ahí pueden enterrar todos sus pecados. Pueden enterrarlos tan hondo que nadie se entere de que existen más que ellos y nosotras.»
★★★★☆
0 comentarios :
Publicar un comentario