De todas las noticias escalofriantes que se vierten diariamente en los medios de nuestro país, no es la debacle económica que sufre España, ni los incesantes recortes en materia de sanidad, educación o prestaciones sociales, ni las aparentemente inservibles protestas ciudadanas, ni la desmedida brutalidad policial, ni tampoco los inconcebibles escándalos de corrupción que sacuden las más altas esferas de la clase política el suceso que más desazón me produce. Lo que más me cuesta soportar a día de hoy es saber que, más allá de lo justificado o no del hecho, hay
miles de personas día tras día perdiendo su hogar, y que la desesperación que produce ver cómo invaden tu casa las fuerzas del orden, cómo precintan la entrada y cómo no puedes hacer nada por evitarlo, está conduciendo a muchos al suicidio. Y aunque el drama de los desahucios no es que sea el eje central en torno al que gira la última novela de Paul Auster que he tenido el placer de leer, sí que
condiciona en gran medida la vida de sus protagonistas y nos proporciona a los lectores un entorno, por desgracia, fácilmente reconocible.
Sunset Park comienza narrando la historia de Miles Heller, un joven a punto de cumplir la treintena que lleva bastantes años huyendo de su pasado, su familia y sus responsabilidades, un hombre carente por completo de ambiciones, proyectos u objetivos que
solo vive para el presente, trabajando de forma esporádica como fotógrafo para una empresa que se encarga de vaciar edificios deshabitados. Su tarea consiste en retratar objetos abandonados, juguetes, muebles, recuerdos que los antiguos inquilinos se vieron empujados a olvidar allí porque no tenían dinero suficiente para continuar haciendo frente a los innumerables gastos. Sin embargo, la vida de Miles da un vuelco inesperado cuando conoce a Pilar Sánchez, una adolescente española de la que se enamora perdidamente a pesar de la notable diferencia de edad entre ambos. De hecho, al ser ella una menor, la relación de Miles y Pilar está condenada por la ley, por lo que Miles
se verá obligado a regresar a Nueva York en una época convulsa marcada por la crisis económica, convertido en okupa y dispuesto a enfrentar de una vez por todas sus fantasmas personales, así como sus cuentas pendientes con el pasado.
El único lujo que se permite es comprar libros, volúmenes de bolsillo, narrativa en su mayor parte, novelas norteamericanas, británicas, traducidas de lenguas extranjeras, pero en el fondo los libros no son lujos sino necesidades, y la lectura es una adicción de la que no desea curarse.
En la casa de Sunset Park se reencontrará con su viejo amigo Bing Nathan, un dependiente aficionado a tocar la batería que no deja de acumular fracasos con las mujeres, pero también tendrá la oportunidad de conocer a otros nuevos como Ellen Brice, artista en ciernes cuya obsesión con el sexo y el cuerpo humano en general roza lo escabroso, y Alice Bergstrom, que está
a punto de finalizar una excelente tesis sobre la Segunda Guerra Mundial y sus repercusiones en las relaciones sociales de la época. Pese a contar con un elenco de personajes bastante explosivo, me ha sorprendido el poco tiempo que dedica Auster en su novela a establecer distintas conexiones entre personajes y profundizar en ellas, cosa que sí hace y además de forma abundante en otras obras suyas como
Brooklyn Follies, sino que en esta ocasión
prima una atmósfera más íntima, grandes párrafos enfocados a la reflexión personal, el diálogo interior y el individualismo como forma de expresar los sentimientos tan perturbadores que acucian a los habitantes de Sunset Park en la soledad de sus habitaciones. Es especialmente llamativo
el ambiente optimista y positivo que gira en torno al futuro de Miles, Bing, Ellen y Alice, quienes a pesar de vivir bajo la amenaza constante de una intervención policial que los deje sumidos en la miseria, desechados como escoria por un sistema financiero totalmente deshumanizado, serán capaces de construir entre las ruinas de su vivienda abandonada los cimientos de un mejor porvenir. Saben que la casa de Sunset Park no es más que una solución temporal a sus problemas, un desahogo efímero que les permitirá reencontrarse a sí mismos y curarse las profundas heridas emocionales que sufren todos ellos, y por eso aprovechan su estancia rodeados de cementerios, escombros, oscuridad y espesas neblinas para buscar un pequeño resquicio de luz al que aferrarse.
Qué extraño. Qué circunstancia tan rara e incomprensible. Sin duda no significa nada, nada en absoluto, y sin embargo, ¿por qué, se pregunta, por qué ha escogido ahora ese momento para volver? Sólo otra jugada de dados, entonces, otra bola que ha salido del negro bombo metálico, otra chiripa en un mundo de casualidades y eterno caos.
Pero dejando a un lado la
soberbia caracterización de los personajes o el trasfondo critico que tiene la novela, lo que me ha enamorado de Sunset Park como si fuera una quinceañera revolucionada es el maravilloso estilo narrativo de Auster. El escritor neoyorkino posee un dominio envidiable del lenguaje y una capacidad simplemente pasmosa para despertar los más sinceros sentimientos del lector, consigue que te impliques con
la crudeza y el realismo de sus historias de una forma arrebatadora, por no decir que logra convertir el alto contenido sexual (casi pornográfico) de la novela en una manifestación artística que aun rechazando los tapujos, rezuma naturalidad y escapa de lo obsceno. Y puesto que se ha convertido en su
leitmotiv por excelencia,
Sunset Park también cuenta con imprescindibles pinceladas sobre la aleatoriedad de la vida y las infinitas posibilidades que nos ofrece el azar para enmendar nuestros errores.
Poco más me queda por contar de este libro a parte de que ha sido
una lectura totalmente satisfactoria y recomendable, y siendo mi tercera incursión en la prolífica producción literaria de Paul Auster, puedo decir con firmeza que el artífice de esa joyita llamada
La trilogía de Nueva York es ya es uno de mis escritores favoritos y que ocupa un lugar privilegiado en mi estantería. Sin lugar a dudas,
Sunset Park no es solamente una de las mejores novelas que he leído este mes, sino también
una de las mejores en lo que va de año. Así que ya sabes, únete a esta pequeña comunidad de okupas, músicos, artistas, escritores, estudiantes, cineastas y glorias muertas del celuloide que conviven en este libro, porque si hay algo indiscutible, es que todos en esta vida merecemos una segunda oportunidad.