Haruki Murakami,
aparte de un gran escritor, es conocido por ser un imbatible corredor de fondo. Se toma todos y cada uno de sus proyectos literarios con la misma entereza, serenidad y nivel de compromiso con la que afrontaría una maratón. Por eso, cuando uno analiza con ojo crítico la trayectoria profesional de Murakami (o de cualquier otra persona, en realidad), se da cuenta de un par de cosas bastante reveladoras: por un lado, la increíble cantidad de conexiones que enlazan sus distintas obras, y por el otro,
el más que evidente salto de calidad existente entre sus primeros trabajos y esos que actualmente abarrotan los estantes de cualquier librería. Siendo esto así, ¿merece realmente la pena haber invertido tiempo en rescatar del cajón una novela como
Baila, baila, baila? ¿O podemos obviar una lectura cuyo principal atractivo es su revalorizado interés sentimental?
Título: Baila, baila, baila
Autor: Haruki Murakami
Año de publicación: 2012
Género: Novela, ficción
Editorial: Tusquets
Páginas: 464
Precio: 22,00
ISBN: 9788483834251
Sinopsis
En marzo de 1983, el joven protagonista de esta novela, redactor freelance todoterreno, después de pasar días sombríos,
siente la necesidad de volver a ciertos escenarios de su vida para ajustar cuentas con el pasado. Viaja a Sapporo con la intención de alojarse en el Hotel Delfín, donde años atrás pasó una semana con una misteriosa mujer que, de manera inesperada, desapareció de su lado. A su llegada descubre que han derribado el hotel y que en su lugar se alza otro, moderno y lujoso, pero su estancia allí propicia la aparición de personajes envueltos en un aura de irrealidad: una guapa recepcionista que ha vivido experiencias inverosímiles, una adolescente dotada de una aguda sensibilidad, o un antiguo compañero de colegio, ahora actor de éxito, que lo meterá en graves aprietos.
Asesinatos, viajes a Hawai, pasajes a otros mundos y fiestas se suceden al ritmo de la música que suena en la radio de su destartalado Subaru. Lo cierto es que, como afirma un enigmático personaje, todo está conectado. Porque sólo se regresa al Hotel Delfín para poder empezar de nuevo.
Opinión
Antes de embarcarse en una novela como esta, merece la pena recordar que Haruki Murakami escribió
Baila, Baila, Baila en el año 1988 como un acto de liberación tras el terremoto editorial en el que se convirtió su anterior obra,
Tokio Blues (Norwegian wood), cuando aún no había alcanzado la cumbre de su carrera literaria con joyas como
Kafka en la orilla, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o la fascinante y conmovedora
1Q84 (mi último acercamiento a los oníricos dominios de la prosa murakamiana), así que antes de entrar en detalle sobre las impresiones que me ha producido este último fascículo del escritor japonés, diré en su defensa que
el listón estaba bastante alto. Siendo
Baila, baila, baila una continuación indirecta de
La caza del carnero salvaje (con argumentos bien distintos, pero repitiéndose personajes, escenarios y motivos en ambas novelas), reconozco que la experiencia de leer este libro sin haber probado primero el anterior no puedo calificarla de otra forma que de "incompleta". Sin embargo, estamos ante una historia bajo mi punto de vista lo suficientemente
compacta, enrevesada y autónoma, con un elenco de personajes tan variopinto, enigmático e impredecible, como para juzgar sus virtudes, así como sus defectos, de manera total e independiente.
"Cuando uno vive solo durante mucho tiempo, suele quedarse mirando fijamente las cosas. De vez en cuando también hablas contigo mismo. Comes en locales concurridos. Y poco a poco te vas quedando anticuado."
Cuando uno abre por primera vez
Baila, baila, baila con la expectación propia que generan todas y cada una de sus novelas, no tarda mucho tiempo en reconocer una serie de elementos que tras varias incursiones en otras de sus obras, le resultan del todo familiares. El joven protagonista de la novela es un periodista freelance que aproximándose al ecuador de su vida, decide echar un vistazo atrás y reencontrarse con ciertos momentos de su pasado. Ya en los primeros capítulos del libro, se desprenden de sus páginas
la nostalgia, el sentimiento de soledad, el vacío existencial o la alienación tan característica que sufren en algún momento u otro los personajes de Murakami, empujados por fuerzas desconocidas a emprender un viaje de crecimiento interior y conocimiento introspectivo que nunca se sabe cómo terminará.
El caso es que el protagonista de
Baila, baila, baila finalmente regresa al Hotel Delfín, lugar (misterioso, simbólico y críptico a más no poder) donde parece tener una cuenta pendiente, pero con el paso de los años el sitio se ha vuelto irreconocible para él, por lo que acaba sintiéndose desorientado y perdido. Allí conocerá a una serie de personajes
tan fascinantes como contradictorios, desde una coqueta recepcionista obsesionada con las apariencias, hasta una joven introvertida y asocial, abandonada por la absoluta indiferencia que su madre siente hacia ella, sin olvidarnos por supuesto del incalificable Hombre Carnero, ese ser que habita no se sabe dónde y que representa no se sabe qué abstracta idea, pero que tiene una importancia crucial en el desarrollo de los acontecimientos que ocurren en la novela.
"Para mí, el amor es un concepto puro de cuerpo patoso que a través de una maraña de cables subterráneos, líneas eléctricas o lo que sea logra finalmente conectar con algo. Algo sumamente imperfecto. A veces incluso se producen cruces de líneas. Uno se olvida del número. O llama al número equivocado."
Siguiendo el consejo del Hombre Carnero de dirigirse hacia donde sus pasos le lleven, asistiremos a una especie de
road trip sin objetivo concreto que nos pondrá en contacto con el pasado y el presente del protagonista, llegando incluso a cruzarnos con una especie de
alter ego del propio escritor, un vendedor de
bestsellers llamado Hiraku Makimura. La estética ochentera que predomina en
Baila, baila, baila se hace patente en muchos pasajes a través de infinidad de
guiños al rock más representativo de la época o a modelos de coches antiguos, dejando así muy claro que no todo en los 80's son hombreras, horrorosos cardados y canciones de Boy George. Dejando a un lado la discutible selección que ha hecho Murakami sobre la ambientación de la novela, algo que no me ha terminado de convencer es que
no se percibe claramente una trama de fondo que vaya hilando la ingente cantidad de hechos asilados que se dan cita en las páginas de
Baila, baila, baila.
Puede que me esté equivocando al decir que estamos ante una historia en apariencia desestructurada, caótica y repleta de escenas que se repiten hasta la saciedad (véase el desquiciante caso de cierta película que ve el protagonista), todo ello sin que el lector reciba de forma clara la más mínima respuesta a las preguntas que se plantean, pero esa es la sensación que me ha acompañado durante gran parte de la lectura. Puede que al leer
La caza del carnero salvaje se me despejen las ideas y todo cobre sentido. A pesar de mis justificadas reclamaciones, considero que estamos ante
una pieza inconfundible del escritor, una novela que no satisface al completo mis expectativas, pero que sigue siendo mejor que la mayoría de libros que nos ofrece actualmente el mercado. Después de todo, la mejor manera de disfrutar
Baila, baila, baila es dejándote llevar por el ritmo de su música. Bailar y bailar sin pensar en otra cosa. Porque cuando te pones a pensar, tus piernas se detienen.
Puntuación
Baila, baila, baila