►Título original: The Juniper Tree
►Traducción: Miguel Ros González
►Año: 1985
►Edición: Alba (2019)
►Páginas: 280
El enebro, publicado originalmente en 1985, es un curioso retelling de uno de los cuentos más
populares —y ciertamente macabros— de los hermanos Grimm. Sin embargo, la malvada
madrastra de la historia original es sustituida en la versión de Barbara Comyns (Warwickshire,
1907) por una afable madre soltera que llega a la británica localidad de Richmond tras escapar
de un pasado trágico. Acompañada de su hija Marline —fruto de una relación con un inmigrante
al que conoció en una fiesta—, Bella Winter encontrará allí trabajo como dependienta en una
tienda de antigüedades. Poco después conocerá a los Forbes, un matrimonio que la acogerá
amistosamente en su concurrido círculo doméstico. Cuando Gertrude, la esposa, se queda
embarazada de manera inesperada, Bella se va implicando cada vez más en las cuitas del núcleo
familiar hasta que una terrible desgracia zarandea el hogar de los Forbes con dramáticas e
imprevisibles consecuencias.
Barbara Comyns entreteje entre las páginas de El enebro una historia en apariencia
inofensiva pero que se va volviendo más turbia y truculenta a medida que avanzan los capítulos.
De espíritu indudablemente gótico, aunque sin la exuberante prosa tan común en este género,
El enebro es una novela para mí difícil de acotar. Es intimista y dada a la introspección, pero la
voz narrativa, desprovista de entidad, resulta imperturbable y desafectada. Bella Winter, a
quien un accidente provocado por su exnovio le dejó una grotesca cicatriz en la cara, narra
episodios de lo más perturbador con una impasibilidad que asusta. Las brutales invectivas de su
madre, que repudia abiertamente a su nieta por ser negra, se asumen con una naturalidad
pasmosa mientras que la protagonista se enreda alegremente en amoríos insustanciales que
denotan una acusada necesidad de validación masculina.
Bella Winter en sin duda una narradora, como poco, atípica —en cierto momento llega
a asegurar que prefiere una pareja cruel a una que sea tacaña—. La trama, por su parte, está
salpicada de incidentes más bien anodinos, de escasa tensión narrativa, donde lo más
emocionante que ocurre es la compra de una silla estilo Reina Ana o la aparición de una nueva
niñera que es rápidamente despachada como si de un running gag se tratase. En realidad muere
mucha gente —muchísima— en la novela, ¿pero qué importancia tiene una simple defunción si
lo comparas con el color del estampado de las cortinas? Estos ingredientes componen una receta
que no termina de cuajar para mi gusto, con multitud de personajes poco o nada explorados y la
sensación de que el objetivo de Comyns de replicar una fábula tremendamente oscura se queda
en un intento más bien grisáceo. Quizá el aliciente último de El enebro sea precisamente su afán
por destacar la parte luminosa y ajetreada de la vida, el reconfortante bullicio de las cosas y las
personas nuevas. Sin embargo, como en la cruda realidad, la esperanza se acaba rindiendo en la
novela de Comyns ante los empujones de la locura.
«Encontraron a las urracas picoteando la cadena de oro justo bajo el enebro, y las aves alzaron el vuelo, espantadas, antes de lanzarse en picado contra mí. Fue entonces cuando caí al suelo, entre contorsiones y gemidos, no aplastada por una piedra, sino por mi pobre mente trastornada».
PUNTUACIÓN: ★★☆
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