► Título original: The Last Unicorn
► Traducción: Francisco Jota-Pérez
► Año: 1968
► Edición: Gran Travesía (2025)
► Páginas: 288
Resulta irónico ver cómo una de las piedras angulares de la fantasía en la década de los 70, un libro inclasificable que habla sobre la muerte de la inocencia y la extinción de nuestra capacidad de soñar, ha quedado relegado en el canon contemporáneo a un discreto segundo plano, por no decir a un clamoroso olvido. Sí, la novela más característica de Peter S. Beagle (Nueva York, 1939), tan única en su especie como el unicornio que la protagoniza, no es sino un ejemplo de profecía autocumplida en el que el escritor norteamericano, quizá sin proponérselo, materializa la desaparición de una forma muy peculiar de relacionarse con el género cuyo testigo, a día de hoy, casi ningún discípulo ha recogido.
Quizá por eso me ha resultado tan interesante y necesaria la recuperación, en pleno 2025, de este clásico iconoclasta que reniega de las convenciones y desprecia las expectativas, un libro heterodoxo que pisa terreno familiar, pero que no se acomoda en los preceptos ni en las tradiciones del imaginario popular. Disponer de nuevo en la estantería de El último unicornio, acompañado además por un moderno lavado de cara, sabe a reivindicación y a debate sobre la continuidad de su vigencia, a mano extendida en una cordial invitación.
Hablando ya de la historia, la obra de Peter S. Beagle nos transporta a un frondoso bosque donde yace, sin saberlo, la última unicornia del mundo. Ensimismada en su eterna labor de engalanar el paisaje y alimentar mitos con su presencia, la unicornia descubre de manera accidental que el ser humano la considera ya un animal que solo habita en las leyendas. Desesperada, la unicornia emprende una partida apremiante hacia los rincones del mundo, dispuesta a averiguar el paradero de sus congéneres y a liberarlos de cualquiera que sea la causa de tan intolerable ausencia.
A lo largo de su periplo, la unicornia se convertirá en la atracción estrella de una caravana de horrores itinerantes, conocerá a un mago incapaz de realizar un solo truco a derechas y experimentará en sus carnes el horror primigenio que el Toro Rojo es capaz de infundir en sus desesperadas presas. La misión de la unicornia se convierte en manos de Peter S. Beagle en un nostálgico rescate de la infancia, un recorrido que es al mismo tiempo tragedia y epopeya, homenaje y transformación. En un tono elegíaco que transmite una enorme añoranza, Peter S. Beagle reformula en sus propios términos el apasionante viaje del héroe y nos regala un hermoso cuento de hadas tan luminoso como terrible en el que coinciden monarcas sin escrúpulos, príncipes repudiados, compañías de bandidos —con cameo de Robin Hood incluido— y pueblos enteros condenados por una maldición de buena fortuna.
Ciertamente, la ambientación de El último unicornio y su capacidad para espolear la imaginación sobresalen dentro de una obra que solo se me ocurre describir como crepuscular. Las poderosas imágenes que invoca Peter S. Beagle cabalgan en el marco de un lenguaje evocador y preciosista, vinculado a la lírica y a las canciones épicas, pero que en la actualidad suena anacrónico, obsoleto. Los personajes, desde el excéntrico Schmendrick hasta la pragmática Molly Grue, parecen más una postura o una idiosincrasia que auténticos individuos con un propósito narrativo. Aunque me he sentido más atraído por el sentimiento invocado que por la lógica de la trama, debo decir que El último unicornio me ha parecido una lectura enormemente carismática, poseedora de un cariz imposible de reproducir, pero esclava de una estética atrapada en el tiempo. No te dejes engañar por su adorno fabulesco. Más que un estímulo para enardecer la creatividad de los más pequeños, el constante lamento de algunos personajes por el reguero de posibilidades perdidas, la urgencia ante el transcurso de los días y la insistencia de ciertos individuos por apehender la eternidad me hacen situar El último unicornio como una obra que se manifiesta en todo su esplendor cuando se aborda, no como incursión, sino como retorno.
«Los grandes héroes necesitan grandes aflicciones y pesares; de no ser así, la mitad de su grandeza pasaría desapercibida.»
★★★
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