►Título original: The Secret Garden
►Traducción: Isabel del Río Sukan
►Año: 1911
►Editorial: Siruela
►Páginas: 360
►Valoración: ★★★★
Si piensas que la literatura infantil se te ha quedado pequeña, si crees que no hay nada para ti en las aventuras protagonizadas por un grupo de niños o que sus problemas palidecen en comparación con los de la vida adulta, necesitas leer El jardín secreto de manera urgente. El clásico universal de Frances Hodgson Burnett, adaptado en multitud de ocasiones a la pequeña y gran pantalla desde su publicación en 1911, es un vivificante baño de realidad que destruirá por completo tu estúpido complejo de superioridad.
Al contrario que otros títulos superventas como Harry Potter, Matilda o Las Crónicas de Narnia, el buque insignia de esta escritora británica no se caracteriza precisamente por su entrañable y mágico escapismo. Hodgson Burnett busca la fuerza necesaria para enfrentar los contratiempos de la niñez en actividades para las que no hace falta trasladarse a mundos fantásticos. Aunque para Mary Lennox, la egocéntrica y malcriada niña protagonista de El jardín secreto, cualquier elemento que no se ajuste a su reducida y autoritaria perspectiva de la vida resulta tanto o más extraño que los dragones y las varitas mágicas. Cuando Mary pierde a sus padres por culpa de un brote de cólera que arrasa la India colonial, la pequeña se ve obligada a volver a Inglaterra para trasladarse con su tío a una lujosa mansión en mitad de un páramo. En Misselthwaite, un hogar asediado por la atmósfera sombría y reservada de su dueño, Mary aprenderá el significado de palabras antes desconocidas: convivencia, respeto, tolerancia. Vocablos que irán suavizando el carácter dictatorial de Mary y sacando a relucir una personalidad tan bondadosa como tierna.
A medida que pasan los días, Mary irá descubriendo cada vez más detalles acerca de la trágica historia que se cierne sobre la familia de su tío y sobre la cual todo el mundo guarda un estricto silencio. Sin embargo, gracias a su incansable curiosidad y la inestimable ayuda de un petirrojo que se hace amigo de Mary, la pequeña encuentra la puerta de entrada a un jardín secreto que se convertirá al mismo tiempo en refugio y patio de juegos. A partir de ese momento, Mary se dedica concienzudamente a cuidar del jardín con el propósito de restituir su esplendoroso estado original. Los esfuerzos de Mary por cumplir su objetivo ejercen un paulatino efecto reconstituyente que le infunden vigor y energía inesperados. Y aunque al principio se muestra reacia a compartir su maravilloso hallazgo, Mary acabará comprendiendo la importancia de revelar la existencia del jardín a personas que lo necesitan desesperadamente, como su primo Colin, un niño escuálido y enfermizo que ha crecido sin el amor de sus padres, o el simpático Dickon, un chaval despierto y positivo capaz de establecer un estrecho vínculo con los animales.
La prosa de Frances Hodgson Burnett es casi tan balsámica como el jardín que da título a la novela. Sus evocadoras descripciones del reino vegetal, de los colores, fragancias y texturas que percibe Mary en dicha estancia secreta, hacen que en cada página se respire una brisa cálida y reconfortante que da buena cuenta del enorme poder transformador de la naturaleza. La drástica evolución que sufren los personajes no es menos enternecedora. Tomando como ejemplo a los niños protagonistas, Frances Hodgson Burnett apela a la positividad y el espíritu dispuesto como remedios para paliar defectos de carácter que incluso pudieran llegar a repercutir en la salud. Puede que el mensaje peque de ingenuo y pueril en algunas ocasiones. No obstante, esta idea encaja perfectamente en el marco de la novela y constituye la auténtica «magia» que los niños practican en ausencia de hechizos y libros de encantamientos. El resultado es una obra bellísima y atemporal, una maravillosa historia de iniciación, autodescubrimiento y superación personal que resuena con la contundencia de esos libros que dejan una huella indeleble en la memoria.
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