► Título original: The Late Americans
► Traducción: Juan Nadalini
► Año: 2023
► Edición: Chai Editora (2025)
► Páginas: 304
Ser joven y estar desorientado siempre han sido dos caras de la misma moneda. Sin embargo, existe la sospecha —no sé si más bien la certeza— de que en los tiempos actuales, donde las condiciones laborales, sociales y sentimentales se inclinan cada vez más hacia una precariedad galopante, labrarse un futuro prometedor está adquiriendo el cariz de una inalcanzable quimera. En su última novela traducida, el escritor norteamericano Brandon Taylor (Prattville, 1989) se hace eco de esta circunstancia para construir un retrato tan honesto como deprimente en el que un grupo de universitarios, profesores y estudiantes de posgrado entrecruzan sus vidas en una amalgama de deseo, excitación, sueños truncados y esperanzas frustradas.
Los últimos americanos está configurado por nueve relatos interconectados que, al más puro estilo Olive Kitteridge, nos ofrecen perspectivas complementarias sobre cómo se desenvuelve la vida en la ciudad de Iowa donde transitan los personajes de la novela. Seamus es alumno de un taller de escritura creativa que encuentra cada vez más ridícula la idea de exponer sus poemas en clase. En un ambiente manifiestamente hostil donde se analiza con severidad la producción literaria más íntima, Seamus se pregunta hasta qué punto tiene sentido la crítica cultural y si la experiencia personal debería ser un sustrato adecuado para encontrar inspiración.
Por otra parte, Fyodor y Timo son una pareja que vive instalada en un conflicto continuo, siendo el trabajo de Fyodor en la industria cárnica el tema favorito de discusión. Incapaz de entender su participación en un sistema que avala y perpetúa la crueldad animal, Timo pondera la viabilidad de una relación aparentemente condenada al fracaso mientras Fyodor lidia con las inesperadas reminiscencias de su pasado familiar. Ivan y Goran, en cambio, hallan en sus respectivos antecedentes económicos la medida de una distancia insalvable. Ivan, de clase media estadounidense, tuvo que renunciar a su prometedora carrera como bailarín de ballet por una lesión después de ver cómo desaparecían los ahorros de sus padres. Goran, sin embargo, es heredero de una gran fortuna que le ha permitido cultivar sus inquietudes artísticas e intelectuales sin ninguna complicación. Por eso, cuando descubre que su novio se ha abierto un perfil en una plataforma de contenido para adultos con el objetivo de financiar sus estudios, Goran se asomará a los retorcidos entresijos de la conciencia de clase.
A este elenco de personajes se unen una plétora de figurantes que, con más o menos peso, con más o menos acierto, suponen el contrapunto que nos permite vislumbrar distintas facetas de los protagonistas, enmarañados en una compleja red repleta de nexos y nudos, algunos de ellos tan sorprendentes como violentos. En última instancia, Los últimos americanos no es una gran novela de personajes ni una historia particularmente cautivadora, sino más bien un fresco impresionista que captura y diría, incluso, caricaturiza ciertas características de una generación abandonada cuyo combustible es el sexo a discreción, la irritabilidad, la tendencia a incomunicarse y las dificultades para alcanzar el compromiso.
Sin duda, el estilo corrosivo y audaz de Brandon Taylor es el aspecto que más me ha gustado de una obra con un inicio altamente prometedor, pero cuyo mensaje queda diluido en un desarrollo demasiado disperso, como si pretendiera tocar muchos palos y no acabase decantándose por ninguno. A pesar de su manifiesta deriva argumental, Los últimos americanos es una interesante y muy oportuna meditación sobre clase, su acuciante predominio sobre el talento, la sencillez con la que exponemos nuestras partes más vulnerables y las veleidades autocomplacientes del ámbito académico, bastión de intelectuales que pretenden explicar el sentido de un mundo que aspiran a comprender, pero del que a menudo se encuentran totalmente alejados.
«A estos poetas les habría resultado más fácil aceptar que a veces mentían, que a veces se equivocaban y que a veces la verdad cambiaba en su interior durante el proceso de escritura. Que a veces los traumas reconfiguraban el vínculo con la verdad pero también con el propio sistema discursivo. Pero no, seguían tanteando. Aventurando sus pésimas ideas y tirando nombres con la esperanza de que alguien les dijera que eran inteligentes, que les dijera que eran brillantes, que eran agudos, radicales, poetas, pensadores, mentes preclaras, aunque no fueran más que unos niños.»
★★☆





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