►Título original: Les prénomes épicènes
►Traducción: Sergi Pàmies
►Año: 2018
►Edición: Anagrama (2020)
►Páginas: 128
Amélie Nothomb (Kobe, 1967) regresaba el año pasado a nuestras vidas (no tengo claro que alguna vez se haya ido)
con Los nombres epicenos, un trabajo tan delicioso como rocambolesco que va muy en la línea de lo que
ha ido publicando la autora en los últimos tiempos; un simpático híbrido entre el realismo y la fábula nada
revolucionario, es verdad, pero que Nothomb ha ido perfeccionado hasta hacerlo extremadamente
peculiar.
En el centro de la narración se sitúa Dominique, una muchacha enamoradiza y algo ingenua que cae
rendida ante los encantos de Claude, cuyo empeño por seducir a su presa revela rasgos casi patológicos.
De su relación nace una niña a la que llaman Épicène, apelativo extraído de una obra de Ben Jonson que
sirve para designar aquellos nombres que se emplean tanto en masculino como en femenino. A pesar de
su edad, la niña percibe por parte de su padre una corriente de frialdad de origen incierto, situación que
aprovecha Nothomb para sembrar en el corazón de la protagonista el germen de la alienación y la
angustia existencial. Así, víctima de un irrespirable ambiente doméstico y de las repentinas aspiraciones
sociales de su padre, Épicène se transforma en una vorágine de odio ancestral y sed de venganza que
destapará antiguas afrentas sin resolver.
Con la contundencia y la sobriedad que la caracterizan, Nothomb desentraña el drama de Épicène
moviéndose entre la tragedia shakespeariana y la epopeya homérica. La absoluta repulsión que profesa Épicène hacia la figura paterna es el eje en torno al que se mueve esta macabra historia en el que los personajes femeninos tratan de reclamar su lugar, arrebatado por la revancha soterrada de Claude. Es hilarante, casi caricaturesco, la dimensión
que adquieren en las novelas de Amélie Nothomb los conflictos más insignificantes, pero confieso que es
una fórmula eficaz a la que la escritora de origen belga le ha cogido perfectamente la medida. Creo que en
manos de otro autor más pagado de sí mismo las historias de Amélie Nothomb perderían gran parte de su
fuerza y de su encanto, pero mientras mantengan su inconfundible sello seguirán teniendo hueco en mi
estantería.
Bien es cierto que, teniendo a sus espaldas auténticas joyas como Higiene del asesino o Ni de Eva ni de
Adán, siendo esta vertiente (semi)autobiográfica la que más me cautiva, parece que los últimos trabajos
de Amélie Nothomb han ido perdiendo fuelle, palidecen en comparación. No obstante, Nothomb sigue
diseccionando en Los nombres epicenos el agitado universo femenino y los complejos vínculos familiares con una lucidez
hipnótica, siempre desde una mirada con conciencia de clase que rezuma perversión y malevolencia, moviéndose sus personajes
por pulsiones violentas y de raíces, a menudo, sexuales. No me parece Los nombres epicenos la puerta de
entrada idónea al chisporroteante cosmos narrativo de Amélie Nothomb, pero sí un exquisito tentempié
para los lectores, como yo, que disculpamos sus imperfecciones porque disfrutamos enormemente de
ellas.
«Entre sus once y sus catorce años, la chiquilla había estado muerta durante algunos siglos. Aquellos años de celacanto le habían permitido acceder a los archivos del Infierno. Ahora que había vuelto a la vida, podía invocar a su antojo aquellos recuerdos».
PUNTUACIÓN: ★★★☆
Hace un buen rato que no leo a la señora Nothomb, que me encanta y la describes muy bien, exactamente lo que pienso de sus obras
ResponderEliminarHace tiempo que no leo a Nothomb, y no sabía que había sacado algo nuevo. Me gustaron el par de obras que leí de ella, pero ahora siento que ya no me dice nada.
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