►Título: Las cosas que perdimos en el fuego
►Autora: Mariana Enriquez
►Año: 2016
►Editorial: Anagrama
►Páginas: 200
►Valoración: ★★★★
En su última colección de relatos, la escritora argentina Mariana Enriquez explora de manera sobresaliente distintas manifestaciones que encuentra el horror para infiltrarse en nuestra realidad cotidiana. Su capacidad para permanecer latente, acechando en todo momento bajo la superficie de las cosas, imprime a las once historias reunidas en este volumen un elevado nivel de suspense y desasosiego. Tal es el alcance de su adaptabilidad que, en muchas ocasiones, la existencia de elementos terroríficos y/o sobrenaturales no se desvela hasta la propia conclusión del relato en un radical giro de los acontecimientos que no hace sino plantear aún más interrogantes.
Enriquez experimenta constantemente con las expectativas del lector apelando a la ambigüedad y cuestionando siempre la fiabilidad del narrador. Sus protagonistas suelen ser mujeres jóvenes sumidas en una convulsa situación personal que las hacen vulnerables frente a las acusaciones de locura. Mujeres que arrastran pesadas cargas emocionales debido a errores del pasado, rupturas sentimentales o la presencia de entornos hostiles en los que se tienen que desenvolver con frecuencia. En «El chico sucio», por ejemplo, una joven se instala en la casa de sus abuelos paternos a pesar de que se encuentra en un barrio conflictivo habitado por narcos, drogadictos y personas sin hogar. Pronto entablará relación con un niño callejero que un buen día toca a su puerta buscando cobijo. Sin embargo, el chico desaparece días después, coincidiendo con el hallazgo del cadáver decapitado de un niño. En «Bajo el agua negra», Mariana Enriquez describe un escenario similar —objeto de una investigación policial que trata de esclarecer el asesinato de dos adolescentes en extrañas circunstancias— y que se acabará convirtiendo en un decadente pozo de horrores lovecraftianos.
La presencia de apariciones, espíritus vengativos, aterradoras psicofonías y demás elementos habituales del imaginario latinoamericano no es en absoluto escasa en este libro. No obstante, los monstruos de Mariana Enriquez que más pavor infunden son los que adoptan formas reconocibles. Aquellos que vemos al otro lado del espejo. Aquellos que nacen de carne y hueso. O solo de hueso. Tanto en las deformidades físicas de «La casa de Adela» como en las mutilaciones que una estudiante comienza a infligirse a sí misma en «Fin de curso» se percibe un hábil manejo del cuerpo humano como proveedor infatigable de imágenes grotescas y perturbadoras. Por otra parte, Enriquez expone con inquietante conocimiento de causa las consecuencias de verse sometido a una constante presión psicológica en relatos como «Tela de araña» o «El patio del vecino», donde una trabajadora social a la que despidieron por cometer una grave negligencia tratará de redimirse liberando a alguien que está preso.
Sin ser una obra política ni de gran carga ideológica, Las cosas que perdimos en el fuego contiene cierto tono de denuncia social que alcanza su máxima expresión en «Nada de carne sobre nosotras». En él, la protagonista encuentra una calavera olvidada entre un montón de basura con la que empezará a entablar una relación muy poco convencional. «Todos caminamos sobre huesos, es cuestión de hacer agujeros profundos y alcanzar a los muertos tapados», afirma, en alusión a las víctimas de la dictadura argentina, haciendo patente que la memoria y la historia ciertamente albergan horrores que van más allá de la imaginación.
El mal, en efecto, tiene un considerable radio de alcance. En los cuentos de Mariana Enriquez, este actúa como un agente infeccioso que se propaga con virulencia a la menor oportunidad y nos atenaza sin defensa posible. Quizá el mayor exponente de esta concepción vírica lo hallamos en el relato que da título a la colección, en el que las mujeres de todo el país inician una macabra campaña para protestar contra la violencia doméstica consistente en quemarse a sí mismas. Cierto es que Enriquez da mucho más de sí exprimiendo las posibilidades narrativas del argumento que de los personajes, quienes a veces quedan un tanto desdibujados. No obstante, la retorcida, estimulante, sensual y enérgica vuelta de tuerca que Enriquez imprime a sus ficciones pesa mucho más que cualquier otra carencia, convirtiendo Las cosas que perdimos en el fuego en una colección sólida, compacta y de muy recomendable lectura.
El mal, en efecto, tiene un considerable radio de alcance. En los cuentos de Mariana Enriquez, este actúa como un agente infeccioso que se propaga con virulencia a la menor oportunidad y nos atenaza sin defensa posible. Quizá el mayor exponente de esta concepción vírica lo hallamos en el relato que da título a la colección, en el que las mujeres de todo el país inician una macabra campaña para protestar contra la violencia doméstica consistente en quemarse a sí mismas. Cierto es que Enriquez da mucho más de sí exprimiendo las posibilidades narrativas del argumento que de los personajes, quienes a veces quedan un tanto desdibujados. No obstante, la retorcida, estimulante, sensual y enérgica vuelta de tuerca que Enriquez imprime a sus ficciones pesa mucho más que cualquier otra carencia, convirtiendo Las cosas que perdimos en el fuego en una colección sólida, compacta y de muy recomendable lectura.
Aún no he leído nada de Enríquez pero le tengo ganas a éste y el de Los peligros de fumar en la cama. Tengo ganas de leer relatos de terror así.
ResponderEliminar¡Besos!