► Título original: 街とその不確かな壁
► Traducción: Juan Francisco González
► Año: 2023
► Edición: Tusquets Editores (2024)
► Páginas: 576
Hace quince años tuve mi primera cita con Murakami. Él no lo sabe y probablemente nunca será consciente de ello, pero El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas fue un amor a primera vista que alteró para siempre mi química cerebral. Algo sobre unicornios moribundos y ciudades inexpugnables que existen en una realidad alternativa. Aquella novela inclasificable, paradigma de la quintaesencia murakamiana, supuso mi puerta de entrada a un universo literario que no te deja salir una vez te adentras en él. Un cosmos bizarro donde la añoranza y la melancolía tienen el tamaño de nuestro sistema solar y en el que hombres solitarios se precipitan hacia un vacío existencial a la velocidad de la luz.
La ciudad y sus muros inciertos es, en cierta medida, el hermano gemelo literario de aquella obra publicada en 1985. Misma idea, distinto planteamiento. En esta ocasión, el narrador es un joven de diecisiete años tremendamente enamorado de una chica que está convencida de ser solo una sombra; una réplica, una carcasa desprovista de su verdadero yo, que reside en las profundidades de una ciudad amurallada a la que solo se puede acceder abandonando este mundo y pagando un alto peaje. Poco después, su novia desaparece sin dejar rastro y el protagonista, sumido en la más absoluta incertidumbre y una tristeza que solo habita en las novelas de Murakami, emprende una búsqueda que durará décadas con el objetivo de llegar hasta la infame ciudad donde el tiempo no transcurre, los sueños agonizan en cápsulas cristalinas y la chica perdida aguarda la salvación de un amor juvenil que ya no recuerda.
Puede que la última novela de Murakami no sea precisamente un derroche de originalidad, pero lo que sí deja muy claro es que la fórmula patentada por el escritor japonés puede hacer alarde de músculo narrativo. En La ciudad y sus muros inciertos, los elementos habituales en la obra de Murakami adoptan una configuración inédita para construir una historia cautivadora —una suerte de fábula admonitoria— sobre la huella indeleble que pueden dejar en nosotros las pérdidas tempranas. Sobre cómo solemos transitar una versión idealizada del pasado y cómo la ausencia puede anidar en nuestra identidad hasta convertirse en su característica más reconocible. Si eres un nostálgico empedernido, si peinas canas y te sigues aferrando a ese recuerdo o vivencia adolescente, mantente lo más alejado posible de esta novela porque no lo vas a pasar bien. Sí, Haruki Murakami es la criptonita de los que padecen apego ansioso.
Mezclando realidad y fantasía, sueño y vigilia, sin abandonar nunca el filo de la ambigüedad, Murakami confecciona una obra tan enigmática como imaginativa en la que conviven dos líneas temporales como si fueran cabezas de una quimera. El protagonista, ya entrado en la mediana edad, se verá expulsado de la ciudad amurallada tras un tiempo intentando adaptarse a sus inexplicables mecanismos, momento a partir del cual decidirá trasladarse a una localidad remota para trabajar como director de una biblioteca con la esperanza de descifrar el secreto que le permita volver a cruzar la frontera hacia el otro lado.
Repleta de escenas rocambolescas, sucesos inauditos y personajes estrambóticos que se ocultan tras una fachada impenetrable, La ciudad y sus muros inciertos es una oda a la extrañeza de lo cotidiano. A lo extraño como rutina. Una novela pausada y repleta de simbolismos que es capaz de provocar perplejidad y confusión a partes iguales. Vale, es verdad que Haruki Murakami no ha inventado la rueda. Sin embargo, conserva intacta su capacidad para pulsar los botones correctos. Hay algo inusualmente atractivo en su forma de contar cómo se cuece una olla de pasta o se disponen unas tazas de té sobre la mesa. Aquí la magdalena de Proust es un muffin de arándanos. Y en aquella esquina está el espíritu de un anciano con falda dispuesto a desvelarte los misterios del subconsciente humano. Es raro, lo reconozco. Pero funciona. Y no sé explicar por qué. Solo tengo la certeza de que quiero seguir experimentando esos apasionantes acordes de jazz que solo Murakami es capaz de interpretar.
«Quizás sea este uno de los problemas de lo eterno, de lo permanente, que provocan que se pierdan las referencias y el conocimiento de hacia dónde dirigirse. Y, sin embargo, tal vez sea mejor así, a pesar de todo, porque ¿qué valor tiene un amor que no anhela ni pide eternidad?»
★★★☆