► Título original: Consumed
► Traducción: Antonio-Prometeo Moya
► Año de publicación: 2014
► Editorial: Anagrama
► Páginas: 360
Aunque David Cronenberg sea conocido y admirado a nivel mundial principalmente por su cine, esta primera novela del director canadiense no hace sino confirmar de manera contundente su gran versatilidad artística, dándonos razones para seguir admirándolo en otras disciplinas. Por motivos que se basan única y exclusivamente en mi experiencia personal, suelo recelar bastante de aquellas obras escritas por personas ajenas a la profesión, pero lo cierto es que, en el caso de Cronenberg, su salto al sector editorial está más que justificado por un título que bien podría constituir el grotesco epítome de su entera filmografía.
Y es que, si sus películas contienen abundantes dosis de horror gráfico, sanguinario surrealismo y controvertidos perfiles psicológicos, Consumidos no se queda atrás en cuanto a imágenes inquietantes y perturbadoras se refiere. Precisamente de imágenes se habla largo y tendido a lo largo de esta novela, ya que Nathan y Naomi, sus dos protagonistas, son una peculiar pareja de periodistas que recorren el globo a la caza de reportajes inverosímiles e historias truculentas. Sus métodos para conseguir informaciones, fotografías de primera calidad y suculentas entrevistas con personajes en apariencia inaccesibles no siempre resultan ortodoxos ni del todo recomendables. Sin embargo, el auténtico peligro llegará a sus vidas cuando decidan investigar el asesinato de una célebre filósofa francesa, cuyo cuerpo ha sido brutalmente despedazado por su marido en lo que a todas luces parece una especie de ritual caníbal.
El hallazgo del cadáver y la repentina desaparición del marido son los elementos que disparan una laberíntica trama policíaca repleta de misteriosas lagunas, sorprendentes enlaces narrativos y, en especial, personajes absolutamente rocambolescos a los que me cuesta encajarles definición alguna. Un cirujano psicótico que practica toda clase de experimentos sobre sus pacientes, una diseñadora de audífonos horrorosamente fea, un estudiante de elevadas aspiraciones que tiene el pene torcido por una extraña enfermedad, una mujer que cree tener el pecho poseído por una colonia de hormigas, una joven que se arranca de manera compulsiva trozos de carne con un cortaúñas o un enigmático director de cine que vive refugiado en algún lugar ignoto de la república norcoreana.
Por imposible que parezca, Cronenberg consigue entrelazar todos los ingredientes antes mencionados y lo hace con cierto grado de maestría. La suya es una novela arriesgada, imprevisible, de múltiples conexiones ocultas y escenarios tan variopintos como París, Pyongyang o Japón, que somete la imaginación del lector a un continuo estímulo de cargas sombrías. Esta negrura conceptual envuelve la narración con una pátina decadente, repulsiva, pero que además despierta tanto fascinación como perplejidad, no solo entre el potencial público, sino también entre ambos protagonistas. Su relación, paradigma de esa tecnocracia emocional que lleva marcando durante los últimos años el devenir de nuestras interacciones sociales, está supeditada al correcto funcionamiento de diversos protocolos, aplicaciones y redes inalámbricas. En ese sentido, el caso de Naomi es incluso más extremo: ella no ve a través de una pantalla; está dentro de ella. Su fuerte dependencia a Internet hace crecer en su interior el miedo a no ostentar el conocimiento absoluto, el cual es imposible de alcanzar fuera de las estrictas normas que rigen el código binario.
Ahora bien, si la riqueza argumental de la historia y el macabro desfile de personalidades que la recorren no son motivos suficientes para convenceros de que leáis esta novela, también he de recalcar el excelente ejercicio de estilo que Cronenberg ejecuta entre las páginas de Consumidos. Recargado, ampuloso y académico en muchas ocasiones, sí (el tono marcadamente filosófico de algunos pasajes lo requiere), pero orquestado de una forma exquisita y salpicado muy de vez en cuando por destellos de una comicidad absurda. En definitiva, Consumidos es una obra que he disfrutado de principio a fin. Me ha parecido una novela muy peculiar, no apta, desde luego, para todos los públicos, pero que hará las delicias de todo aquel que se deleite en los aspectos más aterradores, turbios y siniestros de la naturaleza humana. En caso contrario, más vale mantenerse alejado de ella.
Y es que, si sus películas contienen abundantes dosis de horror gráfico, sanguinario surrealismo y controvertidos perfiles psicológicos, Consumidos no se queda atrás en cuanto a imágenes inquietantes y perturbadoras se refiere. Precisamente de imágenes se habla largo y tendido a lo largo de esta novela, ya que Nathan y Naomi, sus dos protagonistas, son una peculiar pareja de periodistas que recorren el globo a la caza de reportajes inverosímiles e historias truculentas. Sus métodos para conseguir informaciones, fotografías de primera calidad y suculentas entrevistas con personajes en apariencia inaccesibles no siempre resultan ortodoxos ni del todo recomendables. Sin embargo, el auténtico peligro llegará a sus vidas cuando decidan investigar el asesinato de una célebre filósofa francesa, cuyo cuerpo ha sido brutalmente despedazado por su marido en lo que a todas luces parece una especie de ritual caníbal.
Ella estaba enferma, ¿entiende? Se estaba muriendo. Yo se lo veía en los ojos. Seguramente era un tumor cerebral. Pensaba mucho todo el tiempo. Siempre escribía, no paraba de escribir. Creo que fue un crimen por compasión. Ella le pidió que lo matara y él lo hizo. Y luego, sí, claro, se la comió.
El hallazgo del cadáver y la repentina desaparición del marido son los elementos que disparan una laberíntica trama policíaca repleta de misteriosas lagunas, sorprendentes enlaces narrativos y, en especial, personajes absolutamente rocambolescos a los que me cuesta encajarles definición alguna. Un cirujano psicótico que practica toda clase de experimentos sobre sus pacientes, una diseñadora de audífonos horrorosamente fea, un estudiante de elevadas aspiraciones que tiene el pene torcido por una extraña enfermedad, una mujer que cree tener el pecho poseído por una colonia de hormigas, una joven que se arranca de manera compulsiva trozos de carne con un cortaúñas o un enigmático director de cine que vive refugiado en algún lugar ignoto de la república norcoreana.
Por imposible que parezca, Cronenberg consigue entrelazar todos los ingredientes antes mencionados y lo hace con cierto grado de maestría. La suya es una novela arriesgada, imprevisible, de múltiples conexiones ocultas y escenarios tan variopintos como París, Pyongyang o Japón, que somete la imaginación del lector a un continuo estímulo de cargas sombrías. Esta negrura conceptual envuelve la narración con una pátina decadente, repulsiva, pero que además despierta tanto fascinación como perplejidad, no solo entre el potencial público, sino también entre ambos protagonistas. Su relación, paradigma de esa tecnocracia emocional que lleva marcando durante los últimos años el devenir de nuestras interacciones sociales, está supeditada al correcto funcionamiento de diversos protocolos, aplicaciones y redes inalámbricas. En ese sentido, el caso de Naomi es incluso más extremo: ella no ve a través de una pantalla; está dentro de ella. Su fuerte dependencia a Internet hace crecer en su interior el miedo a no ostentar el conocimiento absoluto, el cual es imposible de alcanzar fuera de las estrictas normas que rigen el código binario.
Ahora bien, si la riqueza argumental de la historia y el macabro desfile de personalidades que la recorren no son motivos suficientes para convenceros de que leáis esta novela, también he de recalcar el excelente ejercicio de estilo que Cronenberg ejecuta entre las páginas de Consumidos. Recargado, ampuloso y académico en muchas ocasiones, sí (el tono marcadamente filosófico de algunos pasajes lo requiere), pero orquestado de una forma exquisita y salpicado muy de vez en cuando por destellos de una comicidad absurda. En definitiva, Consumidos es una obra que he disfrutado de principio a fin. Me ha parecido una novela muy peculiar, no apta, desde luego, para todos los públicos, pero que hará las delicias de todo aquel que se deleite en los aspectos más aterradores, turbios y siniestros de la naturaleza humana. En caso contrario, más vale mantenerse alejado de ella.
No es mi lectura más habitual pero pinta muy bien
ResponderEliminarlo tendré en cuenta
un beesito