Lisa McInerney - Los milagros de la sangre

lunes, 15 de octubre de 2018


«Pero los hombres que duermen en la calle son alcohólicos, las chicas que te paran para pedirte dinero son alcohólicas; esa es la plaga de Cork, piensa Ryan, y eso no lo ha hecho él. La gente se queda sin trabajo, la gente no puede pagar el alquiler; eso tampoco lo ha hecho él. Y, aún así, cuando sus compatriotas ven resquebrajarse la fachada de la ciudad y echan un vistazo a través de las grietas, al único al que identifican como culpable es a él».


Título original: The Blood Miracles
Traducción: Javier Calvo Perales
Año: 2017
Editorial: Alianza de Novelas
Páginas: 368


Gracias a Los pecados gloriosos, galardonada en 2016 con el Women's Prize por Fiction, Lisa McInerney (Galway, 1981) se convirtió rápidamente en una de las novelistas más destacadas del momento. El debut de McInerney, espoleado por un impetuoso ritmo narrativo, dibujaba las vidas de un grupo de personajes pertenecientes al hampa irlandés, entremezclando diversos hilos argumentales en una sobresaliente obra coral que destacaba por su rabioso desparpajo y un irreverente humor negro. Dos años después, Lisa McInerney regresa en Los milagros de la sangre al desolador escenario de su primer trabajo, dando nuevamente vida a unos personajes atrapados en la decadente espiral de excesos que corroe la ciudad de Cork.

Al contrario que su predecesora, Los milagros de la sangre es una novela mucho menos dispersa y ambiciosa. McInerney deja a un lado la multiplicidad de tramas para centrarse casi exclusivamente en los turbios tejemanejes de Ryan Cusack, un trapichero de veintiún años cuya ascendencia napolitana le permitirá jugar un papel importante en el nuevo proyecto profesional de su jefe, a saber, abrir una jugosa ruta de narcotráfico entre Irlanda e Italia. A pesar de las súplicas de su novia Karine, con la que mantiene una tormentosa relación desde hace seis años, Ryan acepta servir como enlace entre ambas bandas, exponiéndose a una serie de riesgos que podrían poner en peligro tanto su vida como la de su familia.

Sin embargo, Ryan pertenece a una generación desamparada a la que no le importa perder lo poco que tiene. Huérfano de madre y con un padre alcohólico que demuestra su afecto a base de palizas, Ryan busca medrar en una de las pocas esferas donde no se oye hablar ni del futuro ni de la tasa de desempleo. Con abrumadora mordacidad, McInerney ofrece una perspectiva poco halagüeña de la realidad socioeconómica de su país, Irlanda, azotado por una desconfianza ciega en las instituciones y el ruidoso desmoronamiento de los valores tradicionales. Sin duda, un caldo de cultivo idóneo para que florezca el escapismo sintético al que se entregan sin concesiones los protagonistas de la novela. 

Desprovisto de referentes sólidos, Ryan deambula por la vida sin mayor motivación que la de ahogar la culpabilidad en un cocktail de alcohol y estupefacientes. Cuando Karine decide abandonarlo definitivamente —en parte para centrarse en sus estudios y en parte por temor a sus cada vez más violentas reacciones— Ryan descubre una nueva forma de tocar fondo junto a Natalie, una chica tan explosiva como desenfrenada que siente predilección por las juergas nocturnas y el sexo sucio. Gracias a Maureen, una misteriosa mujer que acoge a Ryan en su casa después de encontrarlo semiinconsciente en plena calle, el protagonista de Los milagros de la sangre redescubrirá su talento por la música, una disciplina que le inculcó su madre de pequeño y que parece estar dispuesto a retomar.

Aunque el estilo vibrante y frenético de McInerney —plagado de coloquialismos y diálogos enmarcados en la más pura desesperación— se mantiene intacto en su segunda obra, Los milagros de la sangre me ha parecido que no sobrepasa a Los pecados gloriosos en ningún momento. Es más, diría que incluso le cuesta estar a la altura. A pesar del carácter intrigante y adictivo de la historia, planea sobre las páginas de Los milagros de la sangre cierta falta de profundidad, de lucidez, que se hace especialmente evidente en el tratamiento de los personajes secundarios (casi nulo) y la (en ocasiones) cándida exploración de los bajos fondos de la ciudad de Cork. Con todo, Los milagros de la sangre constituye un complemento interesante (y, lo que es mejor, independiente) al despiadado pero sugerente universo narrativo de Lisa McInerney. 

PUNTUACIÓN: ★★★☆

Maurice Dekobra - La Madona de los coches cama

martes, 9 de octubre de 2018


«—Todos esos detalles son ciertos, doctor —intervino entonces lady Diana—. Tiene usted ahí una idea bastante precisa de mi persona. Ni estoy medio loca ni soy una ninfómana. Vivo la vida como una mujer emancipada que, ya en su pubertad, se liberó de las cadenas de la hipocresía propia de sus compatriotas».


Título original: La Madone des Sleepings
Traducción: Luisa Lucuix Venegas
Año: 1925
Editorial: Impedimenta
Páginas: 304


Un rápido vistazo a las primeras páginas de La Madona de los coches cama aporta pruebas más que suficientes para entender la demoledora repercusión que obtuvo este libro en el momento de su nacimiento. Al fin y al cabo, no todas las novelas abren con su desinhibida protagonista procurando alcanzar el orgasmo en la consulta de un estupefacto psiquiatra. Publicada originalmente en 1925, y después de convertirse en un imbatible bestseller que reportó a su autor popularidad a nivel internacional, la desternillante obra de Maurice Dekobra (París, 1885) ha permanecido agazapada en un discreto tercer o cuarto plano hasta que Impedimenta ha decidido, con muy buen criterio, rescatarla del olvido.

La Madona de los coches cama es, sin ningún género de duda, una de las novelas más hilarantes y descaradas que he leído en mucho tiempo. Su protagonista, lady Diana Wynham, es una despampanante aristócrata escocesa —viuda de un diplomático que hizo fortuna en el negocio del petróleo— cuya mayor satisfacción consiste en escandalizar a la sociedad de su época y protagonizar todo tipo de pervertidas habladurías. Consciente de su incomparable atractivo erótico, Diana abraza su sexualidad con una naturalidad sin precedentes, brincando de cama en cama y dilapidando sin miramientos el remanente de su menguante patrimonio. 

A su lado permanece, a modo de leal mandatario, el príncipe Gérard Séliman, un caballero e infalible seductor que vela por el bienestar de Diana de manera, por increíble que parezca, totalmente altruista. Obligado a escapar de Estados Unidos tras conocerse que mantenía una relación adúltera con sus propia hijastra, Séliman se dedica ahora a beber los vientos por lady Wynham, a la que no se atreve a conquistar por temor a corromper los nobles términos de su relación laboral. Sabedora de su precaria y desesperada situación financiera, lady Wynham urde un descabellado plan para adquirir un campo de pozos petrolíferos —propiedad de su difunto marido— que yace ahora en poder de los bolcheviques soviéticos. Junto al inseparable Séliman, ambos se embarcarán en una descacharrante aventura por media Europa, plagada de espías, revolucionarios sin escrúpulos y amantes despechadas.

A través de un estilo pomposo y exacerbado que casa tremendamente bien con el tono de la novela, Maurice Dekobra elabora en La Madona de los coches cama una historia tan fascinante como impredecible en la que se percibe, bajo ese pretendido humor desenfadado, el escepticismo ideológico del autor ante el surgimiento de la imparable maquinaria comunista. Dekobra reflexiona sobre totalitarismos y diferencias de clase con la socarronería que le caracteriza, pero sin perder ni un ápice de contundencia. La frivolidad recalcitrante de Lady Wynham, así como el romanticismo indiscriminado de Séliman, vertebran la vertiente cómica de una novela que no da la espalda a los episodios más truculentos del período de entreguerras. Concisa, certera y sin ramificaciones innecesarias, esta sensacional novela de Maurice Dekobra evidencia un magistral manejo del hilo narrativo, así como del suspense que lo mantiene vivo desde su planteamiento hasta su frenética conclusión.

PUNTUACIÓN: ★★★★

Peter Cameron - Un fin de semana

lunes, 8 de octubre de 2018


«Se sorprendía a sí mismo aferrándose una y otra vez a las puertas cerradas de la ciudad desierta».


Título original: The Weekend
Traducción: Álvaro Marcos
Año: 1994
Editorial: Libros del Asteroide
Páginas: 248


Si tuviera que elaborar una lista con los diez libros que definen mi identidad como lector, Algún día este dolor te será útil estaría indudablemente entre ellos. Por motivos que aún no he conseguido esclarecer del todo, la novela de Cameron se instaló en un lugar profundo de mi corazón, y desde entonces he visto cómo decenas —por no decir cientos— de candidatos han tratado en vano de aproximarse siquiera a lo que significó para mí aquella inolvidable historia. Con las personas pasa un poco lo mismo. Aparecen en nuestras vidas, crean vínculos cuya repercusión es imposible de vaticinar y, en ocasiones, desaparecen de manera trágica, dejando tras de sí un espacio que después nadie puede venir a sustituir. Lo cual, por supuesto, no impide que lo sigamos intentando. Y es que reponerse a la pérdida, continuar hacia delante a pesar del dolor, forma parte indeleble de la voluntad humana.

Un fin de semana, publicada originalmente en 1994, se aproxima a la desbordante complejidad de este proceso desde una perspectiva intimista y, muy en la línea de Cameron, marcada en todo momento por la contención narrativa y una enorme sutileza. Ambientada en el americano estado de Nueva York, Un fin de semana nos pone en la piel de un grupo de amigos que se reúnen en una casa rural en el aniversario de la muerte de Tony: su hermano, John, su cuñada, Marian, y su exnovio, Lyle, que acude con su nueva pareja, Robert, un joven pintor en ciernes con ideas artísticas tan férreas como ingenuas. La presencia de Robert se convierte en el elemento extraño al que Peter Cameron se aferra para desvelar poco a poco las secretas intimidades de los personajes, sus anhelos inconfesables y sus rencillas enterradas bajo una superficie de cordialidad. 

Intercalados en el relato encontramos episodios del pasado que nos ayudan a comprender lo que los personajes callan en la actualidad: la penosa enfermedad de Tony, del que Lyle tuvo que hacerse cargo aun cuando las cosas ya no marchaban bien entre ellos, o las tentativas de suicidio de Marian, para quien la maternidad se ha convertido en tabla de salvación. Todos estos recuerdos enmarañados, agazapados en cualquier esquina de la casa esperando una oportunidad para asaltar a los personajes en sus horas bajas, constituyen el sustrato narrativo del que se nutre Cameron para elaborar una historia tan descorazonadora como auténtica sobre la crueldad del amor, el yugo de la amistad y el ingrato papel que juegan las expectativas en nuestras relaciones interpersonales.

Para alguien, como yo, que siente debilidad por los dramas domésticos, Un fin de semana supone una lectura imprescindible que da buena cuenta de la inteligencia narrativa de su autor. Se trata de una historia conmovedora, tierna en las formas, pero incontestable en sus conclusiones. Una historia, en definitiva, cargada de sensualidad y erotismo, de sangrante verdad y de ocultación de la misma, de la fatalidad crepuscular que va aparejada al final del verano, que es, también, el de todas las cosas. 

PUNTUACIÓN: ★★★★

Haruki Murakami - La muerte del comendador (Libro 1)

domingo, 7 de octubre de 2018


«Avanzábamos en la vida no solo con lo que teníamos entre las manos o lo que pudiéramos obtener del futuro. También avanzábamos con lo que ya habíamos perdido».


Título original: Kishidancho Goroshi
Traducción: Yoko Ogihara, Fernando Cordobés
Año: 2017
Editorial: Tusquets
Páginas: 480


Haruki Murakami ha vuelto. Pero... ¿acaso ha llegado a irse alguna vez? Los chascarrillos que proliferan cada año a cuenta de las quinielas para el Nobel, unido a los incesantes "rescates" a los que se ve sometida su obra, pueden producir la sensación de que el escritor japonés más polarizado de todos los tiempos nunca ha desaparecido completamente de nuestras vidas. La realidad, como vemos, no es algo tan sencillo de dilucidar. A lo largo de su extenso e inconfundible cuerpo narrativo, Murakami lleva ocupándose de emborronar la frontera entre el mundo de los sentidos y el de las fantasías oníricas hasta conseguir que ambos se solapen como dos caras de una misma moneda. Novelas como Kafka en la orilla, After Dark, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas o, muy especialmente, la orwelliana 1Q84 constituyen hitos contemporáneos del cautivador realismo mágico al que Murakami suele arrojar a sus personajes. 

La muerte del comendador es la última incorporación a esta larga lista de novelas que desafían los patrones establecidos de la literatura convencional. Su anónimo protagonista es un afamado retratista de 37 años que se sumerge en una profunda crisis existencial después de que su pareja le pida el divorcio de manera absolutamente inesperada. Sumido en una devastadora espiral de confusión y tristeza, el narrador se embarca en un errático viaje por carretera en dirección al norte del país, donde finalmente se instala en una casa aislada en mitad de las montañas que pertenece al padre de un viejo conocido suyo. El descubrimiento en el interior del desván de un cuadro titulado La muerte del comendador desencadenará una serie de acontecimientos tan perturbadores como inexplicables que llevarán al protagonista a cuestionarse su propia identidad, caracterizada hasta el momento por la falta de propósito y una anodina pasividad.

Así, el protagonista de La muerte del comendador, que sigue obedeciendo una vez más al marcado perfil de sus predecesores, trata de recomponer los pedazos rotos de su vida impartiendo clases de pintura en un centro asociativo y manteniendo esporádicos encuentros sexuales con algunas de sus alumnas. No obstante, cuanto más trata de evadirse de su pasado, marcado por la pérdida de inspiración artística y por la trágica muerte de su hermana pequeña, más fuerza ejercen sobre él las incógnitas que comienzan a erigirse a su alrededor. La revelación del misterio que supone el cuadro, inspirado en la ópera Don Giovanni de Mozart, acciona una serie de engranajes ocultos en la historia que sencillamente resultan imposibles de ignorar. Con estudiada familiaridad, Murakami nos invita a caer por su particular madriguera de conejo hacia una absorbente madeja de hilos narrativos que, en aras del suspense, no parecen alcanzar ninguna conclusión satisfactoria en este primer volumen de La muerte del comendador.

Por suerte, la fascinante y surrealista escenografía murakamiana no se nutre de soluciones coherentes ni explicaciones racionales, sino que se basta a sí misma para despertar el más absoluto sentido de la maravilla. Solo Haruki Murakami es capaz de mezclar ingredientes tan dispares y conseguir que el conjunto adquiera una despampanante y enigmática solidez. Entre la vigilia y el sueño, Murakami traza mediante motivos recurrentes, sí, pero igual de eficaces, un descorazonador boceto de la absurda condición humana contemporánea, donde la incomprensión, la soledad y la alienación monopolizan cualquier intento de conexión con nuestros semejantes. A falta del segundo volumen, que nos llegará traducido al castellano el próximo mes de enero, este primer libro de La muerte del comendador se me antoja como una excepcional oportunidad de regresar al universo literario de Haruki Murakami y disfrutar de una fórmula vigorizada para la que aún nadie ha encontrado sustitución. 

PUNTUACIÓN: 

Rumer Godden - El río

martes, 2 de octubre de 2018


«—[...]Cada nueva experiencia, tal vez incluso cada persona a la que conocemos, si es importante para nosotros, nos obliga a renacer o a morir un poco; hay muertes grandes y pequeñas, y nacimientos grandes y pequeños».


Título original: The River
Traducción: Javier Fernández de Castro
Año: 1946
Editorial: Acantilado
Páginas: 144


Adaptada al cine por Jean Renoir en 1951, El río es una de las obras más conocidas de Rumer Godden, prolífica escritora británica que se crió junto a sus tres hermanas en la remota India colonial, donde su padre trabajaba para una compañía naviera. El río nace precisamente como un homenaje a esa infancia crepuscular en la que uno adquiere la sensación de lo que se avecina, pero aún no es capaz de delimitar sus contornos. 

Harriet, la pequeña protagonista de El río, se halla abandonada en el tránsito de la niñez hacia la vida adulta. Al contrario que su hermano Bogey, Harriet ya no disfruta con los pasatiempos inocentes y despreocupados de antaño. Sin embargo, las complicadas inquietudes amorosas de su hermana Bea todavía le resultan indescifrables. Asediada por un millón de preguntas para las que nadie a su alrededor parece tener respuesta, la despierta y vivaracha Harriet se sumerge en un mar de incertidumbre que conforma el eje narrativo del relato. 

La llegada a casa del capitán John, un soldado convaleciente que se recupera de sus heridas tanto físicas como emocionales, dispara la curiosidad insaciable de Harriet, poeta en ciernes, quien no duda en acribillar a su interlocutor con toda clase de impertinencias a las que John contesta casi siempre con su aridez característica. A pesar de su buena voluntad y la atípica amistad que surge entre ambos, esta infructífera insistencia de Harriet solo conduce a la más alienante de las frustraciones. Con mano de narradora experta, Rumer Godden captura de manera fascinante los amargos sinsabores del paso a la madurez. Para la escritora británica, crecer no es tanto un simple cambio como un auténtico umbral que separa la vida de la muerte. Un proceso en el que dejamos la inocencia atrás para toda la eternidad. 

El río, con sus evocadoras imágenes y su absorbente atmósfera cargada de cambios, es una historia absolutamente entrañable que nos ayuda a comprender el significado de dicha transformación sin ahogarnos en la tristeza ni la melancolía. Su bien estudiada concisión, lejos de restarle intensidad al relato, acentúa el carácter efímero e inaprensible del hermoso —y en ocasiones cruel— retrato que Rumer Godden consigue plasmar con apabullante exquisitez entre las páginas de El río.

PUNTUACIÓN: ★★★★

 
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