► Título: El jilguero
► Autor: Donna Tartt
► Saga: -
► Año: 2014
► Editorial: Lumen
► Páginas: 1152
► Precio: 24.90 €
Al acercarnos a El jilguero, vamos enfocando una habitación de hotel en Amsterdam. Theo Decker lleva más de una semana encerrado entre esas cuatro paredes, fumando sin parar, bebiendo vodka y masticando miedo. Es un hombre joven, pero su historia es larga y ni él sabe bien por qué ha llegado hasta aquí.
¿Cómo empezó todo? Con una explosión en el Metropolitan Museum hace unos diez años y la imagen de un jilguero de plumas doradas, un cuadro espléndido del siglo XVIII que desapareció entre el polvo y los cascotes. Quien se lo llevó es el mismo Theo, un chiquillo entonces, que de pronto se quedó huérfano de madre y se dedicó a desgastar su vida: las drogas lo arañaron, la indiferencia del padre lo cegó y su amistad con el joven Boris lo llevó a la delincuencia sin más trámites. Todo parecía a punto de acabar, y de la peor de las maneras, en el desierto de Nevada, pero no. Al cabo de un tiempo, otra vez las calles de Manhattan, una pequeña tienda de anticuario y un bulto sospechoso que ahora va pasando de mano en mano hasta llegar a Holanda.
Opinión
Despacito y con buena letra. A esta desesperante máxima parece encomendarse Donna Tartt cada vez que decide ponerse manos a la obra con una nueva historia. Después de realizar su aterrizaje triunfal en el mundo de la literatura con El secreto, una novela que le valió a su debutante autora todos los elogios del mundo y el encumbramiento casi instantáneo a escritora de culto, Donna Tartt relegó su excepcional talento a un período de silencio creativo que se extendió durante toda una década (salvando alguna que otra historia corta sin mayor relevancia). Sin embargo, tras la esperada publicación en 2002 de Un juego de niños, Tartt volvió a hacer de las suyas en una escurridiza maniobra de distracción que ni ella misma tenía pensado prolongar tanto tiempo. Es por eso que, once años más tarde, resultan perfectamente comprensibles todo el revuelo y la expectación sin precedentes de la que ha llegado acompañado El Jilguero, una novela que asusta tanto por sus impresionantes antecedentes como por sus mastodónticas proporciones. Asimismo, resulta completamente factible creer que afirmaciones tan lapidarias -por no decir pretenciosas- como que estamos ante 'el primer clásico del Siglo XXI' o similares son, al fin, verídicas y fieles a la realidad en vez de fanfarronadas propias de la crítica literaria. ¿Y no es este indicio suficiente de que estamos ante una obra digna de ser recordada?
No obstante, Donna Tartt esgrime otro tipo de argumentos aparte de los puramente comerciales para que podamos considerar su último trabajo hasta la fecha como un serio candidato a, por lo menos, libro del año. Lejos de lo que pueda parecer a simple vista, El Jilguero no es en absoluto una novela demasiado ambiciosa, no pretende abarcar un interminable transcurso de acontecimientos o salvar la distancia entre enmarañadas generaciones de personajes, ni tampoco es su intención convertirse en una especie de tratado sobre historia del arte o restauración de valiosas antigüedades a pesar de que cuenta con cada uno de esos ingredientes. Más bien, Tartt ha elaborado a partir de un trágico suceso que marcará la vida de nuestro protagonista un emocionante relato de crecimiento y superación personal, un inolvidable, desgarrador, tierno y maravilloso coming of age con aires dickensianos y cierto toque de misterio cuya principal voz narrativa ha de pasar a la historia de la literatura contemporánea con carácter inmediato e irreversible. Es muy probable que cualquiera de mis impresiones sobre la lectura de El jilguero parezcan exageradas, poco creíbles o incluso sensacionalistas, pero lo cierto es que nunca llegarán a captar a grado cabal el indescriptible sentimiento de pertenencia o de plenitud que me ha embargado entre las incontables líneas de una obra que solo puedo calificar como maestra.
El intenso periplo vital de Theo Decker nos llevará desde el Nueva York acomodado y cosmopolita posterior a los ataques terroristas del 11-S hasta las inconmensurables llanuras desérticas de Nevada, la fluorescente efervescencia lúdica de una ciudad como Las Vegas o las acanaladas calles de Amsterdam, estando su recorrido marcado en todo momento por la opresiva ausencia de su madre, la falta de un asidero emocional al que agarrarse en tiempos difíciles y el miedo incesante a que descubran el paradero de su más íntimo e importante secreto: un lienzo desaparecido durante un atentado del que Theo fue víctima directa. Así pues, mediante un estilo sobrio, dulce y a la vez soberbio, Donna Tartt va construyendo una novela que te atrapa desde la primera página gracias a su absorbente atmósfera y a la calidez que desprende una maravillosa galería de personajes, demostrando por el camino que no solo sabe dotar de una vitalidad envidiable a sus creaciones literarias, sino que lo hace derrochando auténticos aludes de carisma, sensibilidad y lirismo.
La temprana desaparición de la figura materna, las inquietudes propias de una mente curiosa o la soledad, alienación y estrés a los que se ve sometido Theo por culpa de sus poco favorables circunstancias provocarán que nuestro joven protagonista se vea empujado -o incluso arrastrado- a tomar una serie de decisiones que no siempre serán las correctas. Su inserción inesperada en la alta sociedad neoyorquina hará tambalear el concepto un tanto distorsionado que tiene Theo de la dinámica familiar, mientras que su estrepitoso descenso al infierno de las drogas, la bebida y el despertar sexual en compañía de amistades poco recomendables servirá como potente herramienta de escapismo y autodestrucción contenida. Por otra parte, la conexión casi espiritual de Theo con ese cuadro de Fabritius que él mismo custodia, la idea misma de que amar y proteger objetos de probada hermosura nos acerca a una especie de belleza ideal y eterna que trasciende nuestra percepción de la realidad, será otro de los temas principales de la novela e impulsora de una gran cantidad de acontecimientos que ahora misma no toca desvelar; sin embargo, lo que sí puedo decir aun a riesgo de poner en evidencia la escasa objetividad que me queda, es que El jilguero se ha convertido para mí en una de las novelas más satisfactorias, estimulantes y perfectas que he tenido el placer de disfrutar en mucho tiempo. La imprescindible -en el sentido absoluto de la palabra- obra de Tartt es de esos libros reconfortantes y significativos a los que quieres volver de vez en cuando, de esos en los que empiezas releyendo un par de líneas y te encuentras con que una nostálgica compulsión te impide parar. Gracias de todo corazón, Donna Tartt, por haber escrito cada punto y cada coma de El jilguero, por habernos regalado la compañía de un chico tan despierto, elocuente y necesitado de cariño como Theo, un arrollador huracán transiberiano como Boris o una misteriosa fémina de frágiles contornos como Pippa. Pero por favor, Donna, por lo que más quieras... no tardes otros diez años en volver.
No obstante, Donna Tartt esgrime otro tipo de argumentos aparte de los puramente comerciales para que podamos considerar su último trabajo hasta la fecha como un serio candidato a, por lo menos, libro del año. Lejos de lo que pueda parecer a simple vista, El Jilguero no es en absoluto una novela demasiado ambiciosa, no pretende abarcar un interminable transcurso de acontecimientos o salvar la distancia entre enmarañadas generaciones de personajes, ni tampoco es su intención convertirse en una especie de tratado sobre historia del arte o restauración de valiosas antigüedades a pesar de que cuenta con cada uno de esos ingredientes. Más bien, Tartt ha elaborado a partir de un trágico suceso que marcará la vida de nuestro protagonista un emocionante relato de crecimiento y superación personal, un inolvidable, desgarrador, tierno y maravilloso coming of age con aires dickensianos y cierto toque de misterio cuya principal voz narrativa ha de pasar a la historia de la literatura contemporánea con carácter inmediato e irreversible. Es muy probable que cualquiera de mis impresiones sobre la lectura de El jilguero parezcan exageradas, poco creíbles o incluso sensacionalistas, pero lo cierto es que nunca llegarán a captar a grado cabal el indescriptible sentimiento de pertenencia o de plenitud que me ha embargado entre las incontables líneas de una obra que solo puedo calificar como maestra.
Un gran pesar que solo ahora empiezo a comprender: no elegimos nuestros sentimientos. No podemos obligarnos a querer lo que es bueno para nosotros o lo que es bueno para los demás. No escogemos ser las personas que somos.
El intenso periplo vital de Theo Decker nos llevará desde el Nueva York acomodado y cosmopolita posterior a los ataques terroristas del 11-S hasta las inconmensurables llanuras desérticas de Nevada, la fluorescente efervescencia lúdica de una ciudad como Las Vegas o las acanaladas calles de Amsterdam, estando su recorrido marcado en todo momento por la opresiva ausencia de su madre, la falta de un asidero emocional al que agarrarse en tiempos difíciles y el miedo incesante a que descubran el paradero de su más íntimo e importante secreto: un lienzo desaparecido durante un atentado del que Theo fue víctima directa. Así pues, mediante un estilo sobrio, dulce y a la vez soberbio, Donna Tartt va construyendo una novela que te atrapa desde la primera página gracias a su absorbente atmósfera y a la calidez que desprende una maravillosa galería de personajes, demostrando por el camino que no solo sabe dotar de una vitalidad envidiable a sus creaciones literarias, sino que lo hace derrochando auténticos aludes de carisma, sensibilidad y lirismo.
La temprana desaparición de la figura materna, las inquietudes propias de una mente curiosa o la soledad, alienación y estrés a los que se ve sometido Theo por culpa de sus poco favorables circunstancias provocarán que nuestro joven protagonista se vea empujado -o incluso arrastrado- a tomar una serie de decisiones que no siempre serán las correctas. Su inserción inesperada en la alta sociedad neoyorquina hará tambalear el concepto un tanto distorsionado que tiene Theo de la dinámica familiar, mientras que su estrepitoso descenso al infierno de las drogas, la bebida y el despertar sexual en compañía de amistades poco recomendables servirá como potente herramienta de escapismo y autodestrucción contenida. Por otra parte, la conexión casi espiritual de Theo con ese cuadro de Fabritius que él mismo custodia, la idea misma de que amar y proteger objetos de probada hermosura nos acerca a una especie de belleza ideal y eterna que trasciende nuestra percepción de la realidad, será otro de los temas principales de la novela e impulsora de una gran cantidad de acontecimientos que ahora misma no toca desvelar; sin embargo, lo que sí puedo decir aun a riesgo de poner en evidencia la escasa objetividad que me queda, es que El jilguero se ha convertido para mí en una de las novelas más satisfactorias, estimulantes y perfectas que he tenido el placer de disfrutar en mucho tiempo. La imprescindible -en el sentido absoluto de la palabra- obra de Tartt es de esos libros reconfortantes y significativos a los que quieres volver de vez en cuando, de esos en los que empiezas releyendo un par de líneas y te encuentras con que una nostálgica compulsión te impide parar. Gracias de todo corazón, Donna Tartt, por haber escrito cada punto y cada coma de El jilguero, por habernos regalado la compañía de un chico tan despierto, elocuente y necesitado de cariño como Theo, un arrollador huracán transiberiano como Boris o una misteriosa fémina de frágiles contornos como Pippa. Pero por favor, Donna, por lo que más quieras... no tardes otros diez años en volver.
Puntuación
El jilguero, Donna Tartt
Para mi gusto con la frase de "el primer clásico..." se han pasado un poco xDDD La primera mitad del libro se me pasó volando, me gustó un montón, el problema lo tuve un poco con Boris, que se me atravesó él y todo lo que lo rodea, y eso al final...fue un poco molesto xDDDD
ResponderEliminarDe todas formas la novela me gustó bastante, así que no descarto leer más libros de la autora, eso sí, no sabía que pasaba tantísimo tiempo entre una novela suya y otra =.= menuda desesperación para sus fans jajaja
TÍO, 9,5. Ay. Aaaay, qué reseña :__ quiero muy fuerte leerlo. Pero veinticinco pavazos que cuesta el jodío... como no me prostituya me quedaré sin él.
ResponderEliminarPERO QUIERO.
Yo he decido leer a la Tartt en orden cronológico. El Secreto ya lo he reseñado y me ha gustado mucho pero se nota que es una primera novela. Por lo que dices de El Jilguero, creo que me guardo su gran obra para poner la guinda al pastel :D Saludos!
ResponderEliminarSe te nota. No podrías ocultarlo aunque quisieras. Has dado con fuego. Has encontrado autenticidad. Y eso uno no puede fingirlo. Es como cuando tuviste sexo la noche anterior. O como cuando alguien te gusta demasiado. Cualquiera puedo verlo a leguas. De ahí que expliques el argumento y hables de datos aleatorios -el tiempo que tardó en escribirlo-. Pero en el fondo, no puedes verbalizar lo bien que te ha sentado encontrar una historia que te diga algo. Y es que consumes tantísimas historias a lo largo de un día, de un año, de un invierno, que es difícil que llegue algo que de verdad te mueva. Un personaje que se quede a dormir. Que no se vaya a la mañana siguiente. Que nos mantenga en vilo. De ahí que lea tus palabras, de ahí que observe tu 9,5. y piense en todo menos en el libro. Y es que, lo que queda claro con tu súper reseña, es que algo que a priori no está vivo te ha tocado. Y el susto y el alborozo, todo junto, acampa en tu cara.
ResponderEliminarSe me nota. No puedo tampoco ocultarlo. ¿Cómo puedo leer una historia que, supuestamente, es maravillosa sin sentirme la peor persona del mundo en el caso de que no sienta el subidón que bien describes? A veces es mejor no saber. No leer. No buscar. No escribir bien el apellido de Donna.
Y que suceda, lo que sea, pero que suceda algo.
No sé si me explico.
Da igual.
LA PORTADA TIENE UN PARAJITO BONITO. CON ESO LO COMPRO.
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