► Título original: —
► Traducción: —
► Año: 1975
► Edición: Cabaret Voltaire (2007)
► Páginas: 384
Repudiada y perseguida por la censura, la narrativa de Agustín Gómez Arcos no es sino otro ejemplo más de literatura expatriada que prosperó fuera de nuestras fronteras mucho antes de encontrar, en una especie de compensación cósmica, una segunda oportunidad. Y no es para menos, ya que mi primera aproximación a la obra de este escritor de origen almeriense ha supuesto el descubrimiento de un grito demasiado escandaloso para los sensibles oídos de la represión franquista. Hijo bastardo de Lorca y Nabokov, Agustín Gómez Arcos realiza en El cordero carnívoro un controvertido y magistral alegato a favor de lo sórdido, una alegoría con rostro de realismo rural donde el sentido del decoro se ofrece como sacrificio expiatorio al dios profano del amor entre hermanos.
La historia de El cordero carnívoro arranca con el nacimiento de un muchacho en el seno de una familia de la burguesía andaluza que, tras el final de la guerra civil, se halla inmersa en el declive propio de la derrota. Incapaz de abrir los ojos, el protagonista despierta un profundo e irracional rechazo en la madre, Matilde, que durante los primeros dieciséis días de la vida del niño se prepara para realizar un fastuoso peregrinaje religioso en un intento de exorcizar el alma condenada de su hijo. En esta atmósfera de estupor exaltado, Antonio, el primogénito, se convertirá en el protector de su hermano menor, despertando en él un ávido sentimiento de fraternidad degenerada que servirá como combustible para el fuego de una pasión inmoral.
Completan el elenco de personajes Clara, una irreverente ama de llaves cuyo marido fue asesinado en la guerra; Carlos, el padre, un abogado republicano que recibe a sus clientes en el despacho de su casa mientras languidece escuchando por la radio los cantos victoriosos del bando nacional; don Pepe, un profesor disidente que no duda en impartir sus lecciones con violencia, y don Gonzalo, un cura pedófilo que inquiere con satisfacción acerca de las impúdicas relaciones engendradas tras las puertas cerradas de esa habitación pecaminosa donde se profesa una fe nueva.
Así, la amplia hacienda familiar donde transcurre la práctica totalidad de la novela, constituye un claustrofóbico ecosistema que viene a representar la España fracturada, arcaica y mojigata que se expandió durante décadas por todo el país como un letal virus de posguerra. A través de las distintas dinámicas e interacciones entre los personajes, Agustín Gómez Arcos recrea de manera magnífica la opresión y el oscurantismo de una época abyecta donde el Estado perpetra un inexorable exterminio y la Iglesia, colaboradora necesaria de la masacre, queda retratada como una institución fundamentalmente vil y corrupta. Sí, más allá de su naturaleza absolutamente perversa, el indescriptible y perturbador éxtasis sexual y espiritual del protagonista en brazos de su hermano Antonio se percibe como la solución grotesca al escarnio de habitar una nación fratricida.
Sin duda, El cordero carnívoro es mucho más que una simple historia de incesto gay. Detrás de la provocación y el alboroto evidentes, Agustín Gómez Arcos practica una excelsa alfarería con el lenguaje que está repleta de símbolos e imágenes completamente arrebatadoras y que nace de la más desatada —y desacomplejada— libertad creativa. Prisionero en una extraña simbiosis de inocencia y descaro, el protagonista de esta obra inclasificable, siempre alternando entre el papel de víctima y verdugo, plasma su ilícita formación amorosa con una sensibilidad que evoca repulsión y sensualidad a partes iguales. Crónica de caricias ardientes y anhelos políticos frustrados, El cordero carnívoro desafía cualquier autoridad —seglar o eclesiástica— que se interponga para constatar que lo prohibido no es sino el nombre que tiene el régimen dominante de bautizar todo lo que le resulta incómodo.
«Y este amor, más vivo que nunca, no está abocado a la muerte porque procede de la fuerza del pecado.»
★★★★★





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