►Título original: Clock Dance
►Traducción: José Luis López Muñoz
►Año: 2018►Edición: Lumen (2019)
►Páginas: 344
En El baile del reloj, su trabajo más reciente hasta la fecha, la novelista norteamericana Anne Tyler —galardonada en 1989 con el Premio Pulitzer— se propone retratar la vida de una mujer llamada Willa a través de tres momentos definitorios que marcarán para siempre su carácter. Tyler, una narradora eficiente que se caracteriza por la sobriedad y la pulcritud, escoge tan bien sus herramientas y domina con tanta inteligencia el trazo de su protagonista que uno intuye fácilmente el dibujo completo a pesar de los numerosos espacios en blanco que hay en el lienzo.
El primero de esos episodios se remonta a la infancia de Willa en un pequeño pueblo de Arizona, una época de períodos apacibles que se veían interrumpidos de forma imprevisible por el temperamento volátil de su madre. Cuando, tras uno de sus esporádicos estallidos de cólera, la madre de Willa desaparece sin dar señales de vida, la posibilidad de que su huida sea definitiva adquiere un peso tangible que ensombrece el hogar familiar. Los desajustes en la rutina que conlleva para Willa este acontecimiento inesperado —las incesantes lágrimas de su hermana pequeña, los platos que se acumulan en el fregadero, el abatimiento pintado en el rostro de su padre— abren una grieta por la que atisba, sin comprender, el complejo y enmarañado mundo de las frustraciones adultas.
Diez años más tarde, mientras viaja con su novio de la Universidad en un vuelo de regreso a casa, Willa se ve sorprendida por otro suceso desconcertante: el pasajero que viaja a su lado le clava una pistola en el costado y la amenaza con disparar. Aunque la escena se resuelve de manera casi milagrosa, Willa queda afectada por una profunda desazón que la acompaña mucho tiempo después de aterrizar. Cuando le cuenta lo ocurrido a sus padres, su novio Derek, que poco antes le ha pedido matrimonio precipitadamente, trata de desacreditarla sugiriendo que exagera los detalles de su relato. El subsiguiente clima de tensión, al que la madre de Willa contribuirá, cómo no, con su nada disimulado rechazo hacia el novio de su hija, desencadenará una respuesta alarmante por parte de la protagonista.
La tercera de las instantáneas que conforman la primera parte de El baile del reloj nos presenta a una Willa entrada ya en la mediana edad, haciendo frente a la trágica muerte de su marido en un accidente de tráfico. Viuda y madre de dos hijos adolescentes, Willa se encuentra a sus cuarenta años en un grado absoluto de aturdimiento del que intenta escapar retomando el contacto con su hermana y su padre, siluetas desdibujadas que evocan viejos tiempos y viejos traumas.
Estos tres apasionantes fragmentos de la vida de Willa constituyen el sustrato del que se nutre la segunda mitad de la novela, caracterizada por uno de esos imposibles giros del destino que impulsan las historias de Paul Auster. Así, tras recibir la llamada de una desconocida, Willa se verá atravesando el país para hacerse cargo de Denise, una exnovia de su hijo Ian, y de la hija de esta, una niña asombrosamente precoz llamada Cheryl cuyo febril desparpajo encandila a todo el que se cruza con ella. La aparición de Denise y Cheryl en la vida de Willa, así como del resto de miembros que integran su pintoresco vecindario, insufla en la protagonista un torrente de frescura al que Willa no tiene ninguna intención de renunciar pese la incordiante insistencia de Peter, su segundo marido. Poco a poco, Willa se va involucrando en cuitas ajenas que le reconfortan mucho más que las propias, desgranando secretos, traiciones y lealtades e integrándose a hurtadillas en una comunidad que le recuerda la urgencia de renunciar a la pasividad que lleva arrastrando desde su juventud.
Anne Tyler desarrolla este conflicto de manera sutil, vehiculando la historia a través de una cotidianidad anestésica que ella misma hace saltar por los aires con algún que otro hachazo argumental. Tyler es de las que emplean la distracción antes de noquearte, lo cual no empaña el carácter esperanzador de la novela, marcada por un ritmo pausado y la reveladora claridad de su prosa al abordar temas como el miedo a la vejez y la muerte, la soledad, la insatisfacción vital y el efecto incapacitante que puede provocar un hogar roto, propagándose a través de las décadas como ondas en un estanque. Aunque su segunda mitad no es, ni de lejos, tan brillante y sobrecogedora como la primera, El baile del reloj transmite una sólida sensación de conjunto que Anne Tyler remata bordando un final sobresaliente, propio, sin duda, de una narradora sabia, elegante y experimentada.
«Se preguntaba si sus hijos seguirían en contacto con ella después de emanciparse. ¿Recordarían su infancia con afecto o habrían estado acumulando rencores? Ella se había esforzado al máximo en ser una buena madre, lo que para ella significaba ser una madre predecible. Se había propuesto que a sus hijos nunca tuvieran que preocuparles sus estados de ánimo; que jamás tuvieran que mirar por la mañana a hurtadillas en el dormitorio de su madre para saber qué tal les iba a ir durante el día. No conocía a ninguna otra mujer cuyo principal objetivo fuera que siempre se supiese de antemano lo que cabía esperar de ella».
«Se preguntaba si sus hijos seguirían en contacto con ella después de emanciparse. ¿Recordarían su infancia con afecto o habrían estado acumulando rencores? Ella se había esforzado al máximo en ser una buena madre, lo que para ella significaba ser una madre predecible. Se había propuesto que a sus hijos nunca tuvieran que preocuparles sus estados de ánimo; que jamás tuvieran que mirar por la mañana a hurtadillas en el dormitorio de su madre para saber qué tal les iba a ir durante el día. No conocía a ninguna otra mujer cuyo principal objetivo fuera que siempre se supiese de antemano lo que cabía esperar de ella».
PUNTUACIÓN: ★★★☆
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