«Pero eso no duró. La felicidad. El estar a salvo. El ahora».
Título original: The Heart Goes Last
Traducción: Laura Fernández
Año: 2015
Editorial: Salamandra
Páginas: 416
Valoración: ★★★
De Margaret Atwood siempre se ha destacado su prodigiosa capacidad especulativa. La escritora canadiense lleva desde los inicios de su trayectoria literaria visitando futuros inhóspitos para advertirnos de los horrores que allí se encuentran. Sin embargo, esta vez Margaret Atwood se ha dejado sorprender por un presente que corre más deprisa de lo que ella pensaba. Aquí, ambas líneas temporales se colapsan en una historia que presagia hechos ya ocurridos y nos permite asomarnos a sociedades utópicas de las que series como Black Mirror llevan tiempo hablando.
Por último, el corazón es una novela de crisis en la que sus personajes son víctimas del derrumbamiento de la clase media. Stan y Charmaine formaban una pareja feliz y acomodada que se permitía el lujo de soñar con un futuro próspero antes de que los reveses financieros de la última década los desterraran a vivir en la parte de atrás de su coche, condenados a ingeniárselas cada día para no ser asaltados, violados o incluso asesinados por una chusma. En este contexto de depresión económica, donde las oportunidades escasean y el tiempo para atormentarse sobra, Margaret Atwood elabora un explosivo caldo de cultivo en el que se empiezan a vislumbrar los rasgos más desapacibles de cada personaje.
Stan rememora la difícil relación con su hermano Conor, egoísta, conflictivo y siempre envuelto en negocios sucios que lo situaban, a ojos de Stan, en una posición de inferioridad moral, pero que ahora supone su último recurso para salir a flote. Por otra parte, Charmaine, empleada como camarera en un local de mala muerte junto a un par de prostitutas, se ha convertido en la principal fuente de ingresos —y tensiones— de la pareja. Bondadosa, comprensiva y dispuesta a ver el lado bueno de las cosas bajo cualquier circunstancia, Charmaine empieza a preguntarse hasta cuándo podrá soportar el constante mal humor de su marido.
La situación parece insostenible, pero todo cambia cuando Charmaine ve un anuncio donde solicitan candidatos para participar en un novedoso experimento social denominado Proyecto Positrón. Bajo la promesa de garantizar trabajo, comida y vivienda a todos sus inquilinos, los integrantes del proyecto serán divididos en dos grupos que intercambiaran sus papeles cada treinta días. Mientras unos disfrutan de todas las comodidades que ofrece la ciudad idílica de Consiliencia, el resto permanecerán encerrados en la Penitenciaría Positrón efectuando diversas labores de mantenimiento.
Durante buena parte de la novela, Margaret Atwood aprovecha de manera magistral las posibilidades de esta alternancia para ofrecernos en un tono de intriga y dosis de humor negro el retrato perverso e incómodo de unos personajes que esconden mucho más de lo que parecía a simple vista. Así es, hasta el más perfecto de los sistemas está integrado por personas imperfectas que pueden volatilizar años de planificación en apenas un instante. Introducir el factor humano supone la aceptación de ciertos riesgos. Y por eso, Por último, el corazón es una novela arriesgada que toma decisiones arriesgadas. Expone los pensamientos más inquietantes y retorcidos de los protagonistas en una especie de Gran Hermano caramelizado donde la supervisión es una máxima universal y el propio individuo es el que acaba diluyendo su identidad en un trasiego imparable de vidas paralelas. Al contrario que en otros intentos frustrados de alcanzar el súmmum cosmopolita, en Consiliencia no existe una ideología explícita que se quiera inculcar a toda costa. Existen los que se adaptan y los que son prescindibles. Y en la lucha por descubrir hacia qué lado queremos inclinar la balanza se encuentra gran parte del encanto de esta novela.
No obstante, hay un punto de Por último, el corazón en el que la maquinaria de Atwood parece encasquillarse y la historia deriva en una serie de ocurrencias disparatadas que involucran sexo con gallinas y robots disfrazados de Elvis Presley. Cuando Atwood abandona la búsqueda de respuestas y se pierde en los entresijos románticos que ella misma ha creado nos queda como resultado un gran incógnita: ¿cómo de buena sería la mejor versión de esta obra? Al final, Por último, el corazón personifica de forma involuntaria la cruda moraleja de este cuento utópico. Funciona, pero no es ni de lejos tan buena como en el anuncio.
Por último, el corazón es una novela de crisis en la que sus personajes son víctimas del derrumbamiento de la clase media. Stan y Charmaine formaban una pareja feliz y acomodada que se permitía el lujo de soñar con un futuro próspero antes de que los reveses financieros de la última década los desterraran a vivir en la parte de atrás de su coche, condenados a ingeniárselas cada día para no ser asaltados, violados o incluso asesinados por una chusma. En este contexto de depresión económica, donde las oportunidades escasean y el tiempo para atormentarse sobra, Margaret Atwood elabora un explosivo caldo de cultivo en el que se empiezan a vislumbrar los rasgos más desapacibles de cada personaje.
Stan rememora la difícil relación con su hermano Conor, egoísta, conflictivo y siempre envuelto en negocios sucios que lo situaban, a ojos de Stan, en una posición de inferioridad moral, pero que ahora supone su último recurso para salir a flote. Por otra parte, Charmaine, empleada como camarera en un local de mala muerte junto a un par de prostitutas, se ha convertido en la principal fuente de ingresos —y tensiones— de la pareja. Bondadosa, comprensiva y dispuesta a ver el lado bueno de las cosas bajo cualquier circunstancia, Charmaine empieza a preguntarse hasta cuándo podrá soportar el constante mal humor de su marido.
La situación parece insostenible, pero todo cambia cuando Charmaine ve un anuncio donde solicitan candidatos para participar en un novedoso experimento social denominado Proyecto Positrón. Bajo la promesa de garantizar trabajo, comida y vivienda a todos sus inquilinos, los integrantes del proyecto serán divididos en dos grupos que intercambiaran sus papeles cada treinta días. Mientras unos disfrutan de todas las comodidades que ofrece la ciudad idílica de Consiliencia, el resto permanecerán encerrados en la Penitenciaría Positrón efectuando diversas labores de mantenimiento.
Durante buena parte de la novela, Margaret Atwood aprovecha de manera magistral las posibilidades de esta alternancia para ofrecernos en un tono de intriga y dosis de humor negro el retrato perverso e incómodo de unos personajes que esconden mucho más de lo que parecía a simple vista. Así es, hasta el más perfecto de los sistemas está integrado por personas imperfectas que pueden volatilizar años de planificación en apenas un instante. Introducir el factor humano supone la aceptación de ciertos riesgos. Y por eso, Por último, el corazón es una novela arriesgada que toma decisiones arriesgadas. Expone los pensamientos más inquietantes y retorcidos de los protagonistas en una especie de Gran Hermano caramelizado donde la supervisión es una máxima universal y el propio individuo es el que acaba diluyendo su identidad en un trasiego imparable de vidas paralelas. Al contrario que en otros intentos frustrados de alcanzar el súmmum cosmopolita, en Consiliencia no existe una ideología explícita que se quiera inculcar a toda costa. Existen los que se adaptan y los que son prescindibles. Y en la lucha por descubrir hacia qué lado queremos inclinar la balanza se encuentra gran parte del encanto de esta novela.
No obstante, hay un punto de Por último, el corazón en el que la maquinaria de Atwood parece encasquillarse y la historia deriva en una serie de ocurrencias disparatadas que involucran sexo con gallinas y robots disfrazados de Elvis Presley. Cuando Atwood abandona la búsqueda de respuestas y se pierde en los entresijos románticos que ella misma ha creado nos queda como resultado un gran incógnita: ¿cómo de buena sería la mejor versión de esta obra? Al final, Por último, el corazón personifica de forma involuntaria la cruda moraleja de este cuento utópico. Funciona, pero no es ni de lejos tan buena como en el anuncio.
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