► Título original: Demon Copperhead
► Traducción: Antonio Lozano
► Año: 2022
► Edición: Navona (2023)
► Páginas: 680
A juzgar por su prestigiosa trayectoria literaria, puede que Barbara Kingsolver (Maryland, 1955) sea una de las voces estadounidenses más reconocidas dentro y fuera de sus fronteras. Autora de obras tan populares como Laguna o La Biblia envenenada, fue no obstante con la publicación de Demon Copperhead —su ambiciosa reinterpretación del título de Dickens— cuando Kingsolver alcanzó el estatus de referente global, llevándose galardones de la talla del Women’s Prize o el Premio Pulitzer. Sin embargo, a mí la supuesta obra maestra de Kingsolver se me ha atragantado tanto que casi me tienen que hacer la maniobra Heimlich entre capítulo y capítulo. Sí, debo de ser una de las pocas personas sobre la faz de la Tierra a las que les ha ocurrido, pero Demon Copperhead me ha dejado más congelado que un huérfano londinense del siglo XIX en plena ventisca.
Y eso que la novela de Kingsolver tiene todos los ingredientes para triunfar. Demon Copperhead es una novela monumental y con sabor a clásico que abraza la tradición de las grandes narraciones universales, pero ambientada en una Norteamérica contemporánea cuyo mayor enemigo no es la peste bubónica, sino la plaga de opiáceos que la corroe desde dentro. Hijo de un padre que falleció antes de verlo nacer y una madre alcohólica que ha estado más veces en rehabilitación que Emma Stone en una película de Yorgos Lánthimos, Demon Copperhead se convierte en un niño arrancado de la infancia que aprende a identificar los síntomas de una sobredosis antes que a decir su primera palabra.
En la práctica, Demon se criará con los Peggot, un multitudinario y entrañable clan de vecinos acosados por sus propios fantasmas que le enseñarán al joven protagonista el valor de los vínculos y la importancia de la familia que se escoge. Pero la felicidad, en la novela de Kingsolver, no es un destino reservado a los marginados, y los trabajadores sociales encargados de velar por su bienestar no tardarán en mostrarle a Demon la puerta de entrada al pasaje del terror que es el sistema de casas de acogida de Estados Unidos. A través de una mirada enternecedora y descarnada, Kingsolver arroja luz sobre las cavidades de una estructura institucional que, lejos de sustentar y dar cobijo, parece el punto de encuentro de los despojos más abyectos que se puedan imaginar: una red tejida por hilos de abuso y negligencia donde los más vulnerables son tutelados por todo tipo de monstruos.
En estos ambientes, Demon Copperhead forjará una identidad basada en la pérdida, la ausencia de referentes y el salvaje instinto de supervivencia. Demon hará pie en los fondos más depravados de la adicción, el maltrato y la esclavitud infantil, pero también paladeará las mieles del éxito como estrella juvenil del deporte y como objeto de deseo adolescente. Barbara Kinsolver ha escrito una devastadora bildungsroman con un importante componente de historia de superación en la que el protagonista nunca corre lo bastante rápido como para escapar de sus circunstancias. A pesar de su socarrona e inconfundible voz narrativa, Demon Copperhead se ve lastrada por la aplastante homogeneidad de su perspectiva. Creo que a una novela tan amplia y con tanta variedad de personajes le hubiera venido bien una alternancia de narradores que contrasten con el tono sombrío y apesadumbrado del personaje principal.
Puede que la fórmula de Barbara Kingsolver fuera perfecta. Puede que reuniese todas las características para ser una novela épica. Pero lo cierto es que, lejos de inolvidable, Demon Coppehead me ha parecido infumable. Obra consolador, es decir, de ejecución sobresaliente, pero fría en el sentimiento. A pesar de los desgarradores acontecimientos que se narran, Barbara Kinsolver cae con demasiada frecuencia en la autocompasión, la afectación y la caricatura como para resultarme mínimamente emocionante el desarrollo de la trama ni el fracaso existencial de unos personajes condenados a repetir el ciclo de miseria, pobreza y muerte en el que han sido concebidos. Errabunda, lacrimógena, con personajes de caracterización deficiente y, lo peor de todo, extremadamente aburrida, Demon Copperhead es el perfecto ejemplo de que explicar en vez de mostrar puede aniquilar lo que podría haber sido una muy buena novela.
«Si vives lo suficiente, todo aquello que has amado encuentra la manera de volverse en tu contra hasta dejarte lisiado. Lo más sorprendente es que uno pueda llegar a este mundo sin nada y abandonarlo sin nada, y aun así perder tanto por el camino.»
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