Hace unos meses saltaba el bombazo de que Random House Mondadori estaba preparando la salida al mercado de
un nuevo sello editorial especializado en literatura fantástica, de ciencia-ficción y de terror, una colección que finalmente vio la luz en junio de este mismo año, coincidiendo con la celebración en Madrid de la 72 Feria del Libro. Después de digerir tan fantástica (nunca mejor dicho) noticia, solo queda disfrutar del excelente catálogo del que dispone Fantascy, un catálogo rico, arriesgado, que apuesta por nuevas promesas nacionales y del que no dejan de llegarnos jugosos avances. Sin embargo, hoy toca hablar de una de las novelas con las que tanto la autora como la editorial que la publica se han dado a conocer, un libro que en su momento despertó el interés de no pocas personas principalmente
gracias a su innovadora apuesta, a caballo entre la fantasía épica y el tradicional cuento de hadas. Así pues,
La corte de los espejos supone el interesante debut de Concepción Perea como escritora, una extravagante e inusual fábula social repleta de magia, aventuras, misterio y en líneas generales, una historia cargada de contrastes.
Nicasia ahogó un sollozo, porque llorar nunca arreglaba nada, porque era un gesto inútil y porque odiaba mojarse la cara por una idiotez. A fin de cuentas, ella era un monstruo, y los monstruos no tienen remordimientos, ni son capaces de sentir nada.
Quizá uno de los rasgos más llamativos de
La corte de los espejos es que nada más abrir la primera página del libro te das cuenta de que
no estamos ante una novela usual: tras una extensa y ajetreada introducción que viola de forma flagrante el principio básico sobre el que se asienta toda clase de prólogo (a saber, ser breve), nos zambullimos por completo en la vida de Nicasia, una knocker perteneciente al gremio de ingenieros que se caracteriza principalmente por tener muy mala hostia. Irreverente, descarada, sarcástica, pero también entrañable en cierto modo y divertida a rabiar, Nicasia se verá envuelta en una serie de acontecimientos bastante preocupantes que podrían desestabilizar esa paz frágil en que se mantiene la sociedad de TerraLinde. Acosada de manera constante por los demonios de
un pasado oscuro, una minusvalía física que le impide llevar una vida corriente y la rivalidad enfermiza que se trae con el siempre inoportuno Dujal (un phoka tan encantador como escurridizo), no es de extrañar que la protagonista de
La corte de los espejos esté casi todo el día con los cables cruzados.
Es precisamente Nicasia uno de los pilares fundamentales de la novela, una fuente constante de problemas monumentales, inesperadas revelaciones y réplicas mordaces que gracias a su maravillosa y profunda construcción, así como a su espectacular desarrollo a lo largo de la historia, supone el atractivo principal de una obra que, bien por querer abarcar demasiados aspectos o por adolecer de esos inevitables nervios de principiante, no consigue mantener hasta el final el buen listón con el que arranca. Tampoco favorece una óptima conexión con el público el hecho de que
La corte de los espejos beba de influencias folclóricas tan ajenas a nuestra tesitura cultural como la mitología celta, ni que la gran cantidad de arcos argumentales en los que acaba dividiéndose la historia principal
degeneren en una enrevesada maraña de intrigas palaciegas, incursiones bélicas un tanto caóticas y otros menesteres poco relevantes que sobre todo distraen la atención, un batiburrillo de escenas episódicas donde cuesta (cada vez más, a medida que nos adentramos en la segunda parte) discernir una trama sólida.
Dujal arrastró los pies sobre las hojas muertas. Tenía algo de dinero y la guitarra al hombro. Sólo le quedaba un sitio al que acudir. En la ciudad siempre había un corazón que podía ablandar. No tardó mucho en llegarse de nuevo a la vieja puerta verde. Antes de coger el aldabón, respiró hondo. Era maravilloso volver a casa.
Ahora bien, esto no significa que el estreno de Concha Perea en el mundo de la literatura fantástica sea menos prometedor ni que
La corte de los espejos, ahí donde la veis, no tenga sus muchas cosas buenas. De hecho, han sido tantos los puntos en los que estoy a favor de esta novela que he preferido dejar la parte positiva para el final. En primer lugar, la soberbia ambientación medieval salpicada de ligeras reminiscencias
steampunk que tan bien le sienta a la historia se acompaña de una
excepcional labor imaginativa a través de la cual podemos visualizar hasta el más mínimo detalle del mundo creado por la autora, un vibrante universo que discurre paralelo al nuestro, en el que la magia es una poderosa energía capaz de obrar auténticos prodigios y donde los humanos no son más que una extraña leyenda. Por otro lado,
La corte de los espejos despedaza por completo cualquier idea preconcebida que puedas tener sobre el habitual cuento de hadas, añadiéndole
un toque oscuro, perverso y adulto que casa estupendamente con el carácter sombrío de los personajes y sus persistentes dilemas morales.
Otra cosa que me gusta es el ritmo desenfrenado que adquieren algunos pasajes puntuales, me gusta el estilo sincero, atrevido e imperfecto de la autora y me gusta (mucho, además) ver cómo Concepción Perea trata a sus creaciones literarias sin el menor atisbo de compasión, despachando crueldades a diestro y siniestro como si fueran caramelos en la cabalgata de Reyes. Pero lo que más me gusta de todo es la frescura, la naturalidad, el magnetismo que destila
La corte de los espejos a pesar de sus evidentes debilidades narrativas. No es una obra memorable, pero funciona. Te deja con la miel en los labios, pensando en el increíble potencial de la autora y en todo lo que aún le queda por ofrecer. En ese sentido, la sevillana ha conseguido con las aventuras de Nicasia, Dujal, Marsias, Boros y compañía todo lo que cabría esperar de una escritora primeriza: ha logrado hacerse un hueco en el cada vez más competitivo mundo editorial, ha firmado
una carta de presentación sin duda alguna bastante atractiva y, aquí viene lo realmente difícil, ha despertado sin grandes artificios ni florituras nuestras ganas de seguirle la pista allá donde se dirija en su próxima novela. Yo, desde luego, me pienso ir con ella.