► Título: Todos nuestros nombres
► Autor: Dinaw Mengestu
► Año: 2015
► Editorial: Lumen
► Páginas: 304
► Precio: 19.90 €
Cuenta la leyenda que en el momento de la creación, todos los seres y las cosas recibieron un nombre, y eso nos define, nos distingue frente a los demás. Tomar el nombre de otro y ponérselo como un traje prestado cambia la idea de lo que somos y hacemos. Un joven creció en Uganda a principios de los años 70 del siglo pasado, y en la universidad de Kampala aprendió a leer a los clásicos, pero también a usar armas para luchar a favor de la libertad de África. Muy pronto la protesta se trasladó a las calles de la ciudad, y los ojos de este hombre discreto, que amaba los libros, se enfrentaron al horror. Había que huir, dejando atrás una vida y un nombre. Así fue cómo un buen día apareció Isaac en una pequeña ciudad del Medio Oeste americano como estudiante invitado, y Helen fue la trabajadora social encargada de enseñarle las costumbres del lugar. Con pocas palabras y muchas caricias los dos crearon un mundo propio, desafiando las convenciones, pero ¿quién era realmente Isaac?
Resulta curioso que uno de los momentos más importantes en la vida de un individuo se produzca sin que este tenga conciencia de ello ni posibilidad de participar en él. Venimos al mundo con un nombre ya puesto, una azarosa etiqueta en el bastidor de nuestra identidad que en la mayoría de casos marcará para siempre un sendero inalterable y bien delimitado. ¿O acaso nunca os habéis preguntado cuán diferente habría sido vuestra vida de haber nacido con otro conjunto de letras impreso en el carnet? En efecto, los nombres son depositarios de un gran poder. Sin embargo, los personajes a los que Dinaw Mengestu da vida en esta novela son capaces de desprenderse del suyo propio como si se tratase de una piel muerta. Y es que en medio de una turbulenta tesitura política que está abocada a detonar una guerra, transformar la imagen que los demás tienen de ti se convierte en un acto revolucionario y vital. Sin que eso suponga, claro está, olvidar por un solo segundo quién eres. Ni adónde vas. Porque, sí, es cierto: los nombres nos distinguen, nos diferencian, nos delimitan. Pero son las cicatrices las que en última instancia nos definen.
Así pues, a la hora de abordar la novela de Mengestu, lo primero que nos encontramos es a un protagonista anónimo y de origen ugandés que describe sus primeras experiencias en la universidad de la capital durante la década de los setenta. Acompañado en todo momento por su amigo y mentor ideológico Isaac (o al menos así es como se hace llamar), el provocativo activismo social que ambos practican en torno a la vida del campus dará paso a un convencimiento afianzado de que la única vía posible para lograr la liberación de Uganda -o el utópico sueño de un sistema panafricano- es por medio de las armas. De forma paralela, aunque más avanzada en el tiempo, conoceremos la historia de Helen, una trabajadora social del Medio Oeste norteamericano que se encargará de introducir en las costumbres del lugar a un joven refugiado, también llamado Isaac... y del que se acabará enamorando. Lo cierto es que es precisamente el desarrollo de esta problemática historia amorosa entre Helen e Isaac lo que más despertaba mi atención al principio de la novela, sobre todo teniendo en cuenta la gran cantidad de prejuicios que tenían que vencer durante una época en la que la segregación racial continuaba siendo una realidad incómoda. Me gusta cómo Mengestu consigue mostrar la difícil relación entre ambos personajes (repleta de ausencias, equívocos y lagunas culturales) de un modo que huye de sensiblerías y de un tono complaciente, pero sin perder la intimidad, la melancolía y el enfoque reflexivo del que goza la narración. Por desgracia, hay otros aspectos de la misma en la que el escritor etíope no consigue brillar con tanta intensidad; y es, ni más ni menos, que en el retrato que hace de Isaac como joven inmigrante que siente añoranza por su país y todas las cosas que deja atrás; de cómo logra (o no) sobreponerse a la pérdida de su familia, sus amigos e incluso de su propia identidad aun a pesar de todos los abusos sufridos. No me ha parecido creíble, o al menos la historia no proporciona el bagaje necesario para que resulte verosímil. Mucho más interesante me ha parecido descubrir la forma en que los diversos movimientos de origen popular que encabezaban todas estas revueltas bélicas terminan volviéndose contra sus auténticos propósitos por culpa de la ambición, la desconfianza o la inestabilidad del propio Estado.
Aun siendo una historia entretenida, lo cierto es que Todos nuestros nombres es una obra que se adscribe a un género -o temática, mejor dicho- que gana cada vez más adeptos, y es por eso que la titánica empresa de hacerse destacar entre el maremoto de novelas similares que inundan las librerías se hace bastante complicada. Eso no le quita al autor el mérito de haber creado una novela delicada y profunda, bien escrita y que trata temas de indudable complejidad desde una perspectiva cruda e intensa, añadiendo una nota de misterio que deviene en averiguar la verdadera identidad del tal Isaac. Pero, desafortunadamente, la propuesta de Dinaw Mengestu no ha conseguido sobrepasar para mí la categoría de 'simple entretenimiento'. Lo cual, dicho sea de paso, no es un logro nada despreciable.
Así pues, a la hora de abordar la novela de Mengestu, lo primero que nos encontramos es a un protagonista anónimo y de origen ugandés que describe sus primeras experiencias en la universidad de la capital durante la década de los setenta. Acompañado en todo momento por su amigo y mentor ideológico Isaac (o al menos así es como se hace llamar), el provocativo activismo social que ambos practican en torno a la vida del campus dará paso a un convencimiento afianzado de que la única vía posible para lograr la liberación de Uganda -o el utópico sueño de un sistema panafricano- es por medio de las armas. De forma paralela, aunque más avanzada en el tiempo, conoceremos la historia de Helen, una trabajadora social del Medio Oeste norteamericano que se encargará de introducir en las costumbres del lugar a un joven refugiado, también llamado Isaac... y del que se acabará enamorando. Lo cierto es que es precisamente el desarrollo de esta problemática historia amorosa entre Helen e Isaac lo que más despertaba mi atención al principio de la novela, sobre todo teniendo en cuenta la gran cantidad de prejuicios que tenían que vencer durante una época en la que la segregación racial continuaba siendo una realidad incómoda. Me gusta cómo Mengestu consigue mostrar la difícil relación entre ambos personajes (repleta de ausencias, equívocos y lagunas culturales) de un modo que huye de sensiblerías y de un tono complaciente, pero sin perder la intimidad, la melancolía y el enfoque reflexivo del que goza la narración. Por desgracia, hay otros aspectos de la misma en la que el escritor etíope no consigue brillar con tanta intensidad; y es, ni más ni menos, que en el retrato que hace de Isaac como joven inmigrante que siente añoranza por su país y todas las cosas que deja atrás; de cómo logra (o no) sobreponerse a la pérdida de su familia, sus amigos e incluso de su propia identidad aun a pesar de todos los abusos sufridos. No me ha parecido creíble, o al menos la historia no proporciona el bagaje necesario para que resulte verosímil. Mucho más interesante me ha parecido descubrir la forma en que los diversos movimientos de origen popular que encabezaban todas estas revueltas bélicas terminan volviéndose contra sus auténticos propósitos por culpa de la ambición, la desconfianza o la inestabilidad del propio Estado.
Aun siendo una historia entretenida, lo cierto es que Todos nuestros nombres es una obra que se adscribe a un género -o temática, mejor dicho- que gana cada vez más adeptos, y es por eso que la titánica empresa de hacerse destacar entre el maremoto de novelas similares que inundan las librerías se hace bastante complicada. Eso no le quita al autor el mérito de haber creado una novela delicada y profunda, bien escrita y que trata temas de indudable complejidad desde una perspectiva cruda e intensa, añadiendo una nota de misterio que deviene en averiguar la verdadera identidad del tal Isaac. Pero, desafortunadamente, la propuesta de Dinaw Mengestu no ha conseguido sobrepasar para mí la categoría de 'simple entretenimiento'. Lo cual, dicho sea de paso, no es un logro nada despreciable.
No conocía el libro, y me gusta lo que menciones de la historia de amor seguro que me gusta por que se nota que no es tan pegajosa pero si lo pones como simple entretenimiento lo dejo pasar por que tengo otras lecturas pendientes. Besos.
ResponderEliminarEste no termina de llamarme así que lo dejo pasar.
ResponderEliminarUn beso.
No parece estar mal, pero no me llama demasiado la atención y son muchas las lecturas que tengo pendientes así que supongo que lo voy a dejar pasar.
ResponderEliminar¡Saludos!
He leído pocos libros ambientados en África, aunque sólo sea por eso me quedo con el título.
ResponderEliminarNo lo conocía, pero no me llama nada :/ Habrá que dejarlo a un lado
ResponderEliminarun beso y gracias por la reseña :D