Jenny Erpenbeck - Yo voy, tú vas, él va

lunes, 7 de enero de 2019



Título original: Gehen, Ging, Gegangen
Traducción: Francesc Rovira
Año: 2015
Edición: Anagrama (2018)
Páginas: 336


Hay asuntos de actualidad sobre los que parece imposible hablar sin adoptar un tono sensacionalista o melodramático. Sin embargo, la novelista alemana Jenny Erpenbeck (Berlin, 1967), galardonada con el prestigioso Strega italiano por su último trabajo, consigue ahondar con suma perspicacia y total ausencia de maniqueísmo en el drama que viven miles de personas que tratan de llegar a Europa huyendo de situaciones críticas y se encuentran con un continente cerrado a cal y canto, parapetado tras su comodidad burguesa y una aplastante maquinaria burocrática que, lejos de solucionar, denigra y deshumaniza. 


«Richard piensa, pero no se lo dice, que la Tierra es más bien como un vertedero en el que las distintas épocas caen en la oscuridad, se les llena la boca de tierra, se superponen, y una se aparea con la otra para no engendrar nada, y el progreso consiste tan solo en que, de todo eso, los que deambulan por este mundo no saben nada».


El germen de la historia que Jenny Erpenbeck ha querido contar en Yo voy, tú vas, él va reside en un movimiento pro-inmigración que surgió allá por 2012 en la Oranienplatz de Berlin, sede de multitud de concentraciones y revueltas que tenían como objetivo sensibilizar a la población local sobre la situación insostenible de los refugiados. Richard, el protagonista de la novela, es un catedrático recién jubilado que no atraviesa su mejor momento personal. Abandonado por su joven amante y sin ninguna actividad en la que ocupar todo el tiempo libre del que ahora dispone, decide informarse acerca de los acontecimientos que están teniendo lugar en la Oranienplatz tras escuchar en las noticias que un grupo de manifestantes ha decidido acampar allí de forma indefinida.

Cuando Richard se entera de que los jóvenes inmigrantes han sido reubicados en una antigua residencia para ancianos cerca de su hogar, comienza a acudir allí con regularidad para entrevistarse con estos individuos procedentes de países africanos de los que nunca ha oído hablar. Entre la fascinación y el espanto, Richard escucha pacientemente truculentas historias de tribus en guerra, gobiernos corruptos, familias masacradas y travesías suicidas que acaban con decenas de cadáveres flotando a la deriva en el Mediterráneo. A medida que pasan los días, Richard se convierte en testigo de comportamientos volátiles y extenuantes forcejeos con el idioma, descubre anhelos y aspiraciones no muy diferentes de las de cualquier otro ser humano y se presta a ayudar en todo lo que está a su alcance, ya sea ofreciendo clases de piano o financiando latifundios al otro lado del globo.

Cuanto más de cerca observa Richard las vidas de sus nuevos compañeros, más distanciado se siente de sus compatriotas, así como de su absoluta indiferencia y falta de compromiso ante un asunto que no les debería de resultar tan ajeno. Con una solidez argumentativa simplemente demoledora, Jenny Erpenbeck hace un magnífico y mordaz balance entre la situación actual de los refugiados y la de decenas de berlineses que se dejaron la vida intentando franquear el muro que dividía en dos la ciudad. Erpenbeck realiza además un concienzudo repaso de los distintos movimientos de población que ha habido a lo largo de la historia, analiza de manera implacable el papel que juega el Estado en la dificultosa regularización de los inmigrantes y cuestiona la validez de los principios que se esconden tras el concepto actual de ciudadanía. En una época en la que los nacionalismos parecen estrangular cualquier atisbo de razón y de empatía, la relevancia y la inmediatez de historias como la que narra Jenny Erpenbeck, a pesar de su carácter moralista, hacen que Yo voy, tú vas, él va se postule como una lectura absolutamente necesaria.


«¿Y cuál ha sido el mérito de su generación? ¿Cuál es la razón de que ahora las cosas les vayan mucho mejor que, por ejemplo, a esos tres africanos sobre los que acaba de hablar Richard? Ellos, los que están ahí sentados en el sofá, también son niños de la posguerra, así que saben perfectamente que la sucesión entre el antes y el después a menudo sigue leyes muy distintas a las de la recompensa o el castigo. Los efectos no son directos, sino indirectos, piensa Richard, como ya ha pensado a menudo en los últimos años. Los americanos tuvieron sus planes para una mitad de Alemania, y los rusos para la otra mitad. Y ni el bienestar material de una parte ni la economía planificada de la otra puede explicarse por ningún rasgo particular del carácter de los ciudadanos alemanes, que se limitaron a proporcionar el material humano para el experimento político. Así pues, ¿de qué debían sentirse orgullosos?». 


PUNTUACIÓN: ★★★☆

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