Tatiana Țîbuleac - El jardín de vidrio

martes, 15 de febrero de 2022



Título original: Grădina de sticlă
Traducción: Marian Ochoa de Eribe
Año: 2018
Edición:  Impedimenta (2021)
Páginas: 376


Cuenta la propia autora en el prólogo a la edición española que tal vez El jardín de vidrio «sea un hito en un camino muy largo y accidentado. O tal vez sea un mapa». Y es que el regreso de Tatiana Țîbuleac (Chisinau, 1978) tras deslumbrar con El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes no es sino literatura entendida como herramienta de búsqueda, la pulsión de encontrar tu espacio en un mundo que te repudia cruelmente sin motivo alguno.

Basada en las propias —y terribles— experiencias de la autora, El jardín de vidrio nos pone en la piel de Lastochka, una niña huérfana que es rescatada del orfanato en el que convive diariamente con el horror por una mujer llamada Tamara Pavlovna. Bajo su particular tutela a base de correctivos físicos, Lastochka se gana la vida recogiendo botellas por las calles de la capital moldava, encontrando a su paso un variopinto conglomerado de putas, alcohólicos, enfermos y lisiados que constituyen lo más parecido al concepto de familia que Lastochka ha conocido nunca.

En cada capítulo, breve y violento como una puñalada, Tatiana Țîbuleac esboza un brochazo impresionista del ocaso soviético en el que le ha tocado desenvolverse a la protagonista, relatando escenas de auténtico terror doméstico con su estilo poético y crepuscular tan característico. Al son de Chernóbil y la perestroika, la narración sigue una cronología desbaratada, intercalando episodios de la infancia de Lastochka con acontecimientos posteriores en los que observamos fugazmente su formación como médico o conocemos el destino aciago de muchos personajes. A veces una bofetada nos devuelve al presente, desde el que la narradora, convertida en madre de una criatura maltrecha y abandonada por su pareja, carga contra la indignidad de unos padres invisibles que se deshicieron de ella a muy corta edad.

A pesar de su naturaleza trágica y sus reminiscencias a drama dickensiano, El jardín de vidrio es una novela plagada de momentos absolutamente luminosos y conmovedores. La «perra salvaje» de Lastochka es capaz de pegar unas terribles dentelladas, pero no renuncia a conservar cierto grado de ingenuidad y pureza. El lenguaje es, y no solo en su aspecto formal, uno de los grandes pivotes de la novela. Lastochka, como la propia Țîbuleac, sufre en sus carnes un conflicto de identidad generado por la convivencia en su fuero interno de tres idiomas y dos alfabetos. ¿Se puede amar una lengua aprendida a mamporrazos? ¿Se puede amar, siquiera, en un mundo desprovisto de compasión por sus vástagos más desprotegidos y frágiles? Sensible y caleidoscópica, emotiva y demoledora a partes iguales, El jardín de vidrio muestra con rotunda claridad toda la luz que pueden reflejar los cristales rotos.


«Antes que vivir con vergüenza, Lastochka, mejor vivir con dolor. [...] La vergüenza no te quita nada, te añade algo. Se te clava como una astilla y te llena de pus. La aceptas un segundo y no se olvida de ti por los siglos de los siglos. Te salta al cuello, se te encarama, y ni la muerte te saca de debajo de su pie diabólico.»


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