►Título original: Ochiul căprui al dragostei noastre
►Traducción: Marian Ochoa de Eribe
►Año: 2015
►Editorial: Impedimenta
►Páginas: 208
►Valoración: ★★★★★
Antes de Cărtărescu, la literatura rumana y yo éramos unos completos desconocidos. Sin embargo, después de leer este pequeño pero extraordinario libro, he de decir que lo seguimos siendo. Sí, la literatura rumana y yo no hemos llegado a buenos términos porque, entre otras cosas, la literatura rumana no existe. La literatura no entiende de nacionalidades, no está en su naturaleza ser patriótica ni secesionista. La literatura es el medio que nos vincula como especie cuando el idioma, las raíces y la política imponen sus fronteras. «Europa tiene la forma de mi cerebro», asegura Mircea Cărtărescu en uno de los textos más lúcidos, inteligentes y demoledores que recuerdo haber leído en mucho tiempo. Y lo dice con la autoridad que otorga el haber vivido bajo la sombra de un régimen totalitario capaz de pisotear un país hasta hacer irreconocibles sus territorios. Sobre las ruinas de esa Rumanía imaginada que cobra vida en la mente del autor, Cărtărescu emprende un recorrido autobiográfico que nos lleva por lugares tan recónditos como fascinantes de su vasta geografía personal.
Particularmente emotivo, por ejemplo, es el relato en el que describe el estrecho vínculo que lo unía con su hermano gemelo desaparecido, una relación casi mística de la que también participaba su madre y que constituye un pasaje sencillamente desbordante a nivel emocional para el común de los mortales. De hecho, leer a Cărtărescu es en la mayoría de ocasiones una experiencia abrumadora. Ya sea por su prodigiosa capacidad argumentativa, su excepcional lirismo o el luminoso enfoque desde el que se aproxima a prácticamente cualquier tema, uno no puede más que sentir una reverencial admiración por la prosa de este escritor todoterreno que no duda en abrirse en canal cada vez que hace falta.
«Pero yo creo que el logro de un libro está en esos momentos de resplandor extraordinario más allá de los cuales adivinas el espectáculo de una mente verdadera, de un hombre verdadero, de un inteligencia inagotable».
De su espíritu kamikaze brota una sabiduría inalcanzable para los cautos. «Nosotros tenemos traumas, nosotros tenemos de qué escribir y de qué hablar. Lo que nosotros hemos vivido ha sido verdad y es, en cierto sentido, la aureola de nuestros rostros enfermos», explica Cărtărescu al hablar sobre las consecuencias desastrosas de la guerra. Y no es el atrevimiento, sino el modo de contarlo, lo que hace del escritor rumano una fuente incontestable de gratificación literaria. Su genialidad reverbera en todas direcciones, alimentándose de genialidades ajenas como la de Ovidio y Nabokov, a quien analiza de forma tan sorprendente como certera para arrojar luz sobre los espacios más retorcidos del lenguaje.
Poeta de vocación, Cărtărescu también dedica espacio a comentar este género menospreciado, realizando en «El gato muerto de la poesía de hoy» una hermosa defensa a ultranza de la poesía que destaca su intemporalidad y capacidad de adaptación, así como su urgente necesidad para entender el mundo contemporáneo. Amén de todo lo anterior, El ojo castaño de nuestro amor reúne a través de una veintena de textos que se mueven entre la ficción y el recuerdo reflexiones proverbiales sobre el amor, la muerte, la nostalgia, la identidad y la creación literaria, pequeñas perlas que dan buena cuenta del carácter camaleónico de su autor y de su inmenso talento. Sin duda, El ojo castaño de nuestro amor supone una cita ineludible con la buena literatura, un obra inconmensurable, profunda y enriquecedora que viene a continuar la impecable labor de promoción que se está llevando a cabo en nuestro país del que puede ser, sin temor a equivocarme, una de las voces más interesantes de la narrativa actual.
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