Objetivo 2026: de proyectos y propósitos para año nuevo

domingo, 14 de diciembre de 2025


Por increíble que parezca, 2025 va tocando a su fin. Dicen que no hay signo más contundente —y también más inequívoco— de estar haciéndose mayor que sentir que las cosas ocurren cada vez más deprisa, y en ese sentido, tengo la sensación de que este año podría haber ganado los 100 metros lisos. Sí, la velocidad se ha vuelto una mecánica cotidiana. Detenerse ya no es un lujo, sino asumir el riesgo de quedarse rezagado. Deleitarse en la posibilidad. Porque, si tuviéramos tiempo para parar, quizá dejara de seducirnos tanto ese futuro incierto hacia el que nos estamos estrellando a toda máquina.

El primer cuarto del siglo XXI ha dado para más eventos históricos de lo que un siglo se puede permitir, pero 2025 siempre será recordado por marcar el resurgimiento de este espacio, que es para mí un templo dedicado al silencio y la reflexión. Un lugar donde el tiempo se recalibra y transcurre al ritmo adecuado. Donde se refugia todo aquello que la implacable realidad nos quiere quitar. Sin duda, en 2025 he vuelto a leer con ganas, y a compartir con más ganas aún. Y como los retos son el combustible que me impulsa, ya miro a 2026 con la idea de marcar rutas y expandir horizontes. De demostrar que los propósitos no son promesas condenadas a incumplirse. Hoy os quiero contar cuáles son mis metas lectoras para el próximo año, así como una pincelada de los títulos que podréis ver, si nada falla, aquí reseñados.


Porque no hay nada mejor para entender el presente como buscar las respuestas en el pasado. Los clásicos universales siempre han formado parte de la identidad de este blog, pero lo cierto es que este año han pasado bastante desapercibidos en favor de las caprichosas novedades. Ha llegado el momento de enmendar ese error y desempolvar, por fin, todos esos hitos de la literatura que están deseando argumentar por qué merecen haber pasado la prueba del tiempo.

    1. Rebecca, Daphne du Maurier.
    2. Madame Bovary, Gustave Flaubert.
    3. Lo que el viento se llevó, Margaret Mitchell.
    4. Orgullo y prejuicio, Jane Austen.
    5. Historia de dos ciudades, Charles Dickens.
    6. Al este del Edén, John Steinbeck.
    7. Los hermanos Karamázov, Fiódor Dostoievski.
    8. Drácula, Bram Stoker.
    9. El arco iris, D. H. Lawrence.
    10. El desierto de los tártaros, Dino Buzzati.


Lo admito. Sin duda, la literatura latinoamericana es una de mis asignaturas pendientes. Y no hablo solo de grandes autores consolidados por el canon, sino de nuevas voces —predominantemente femeninas— que reclaman ser escuchadas por las buenas o por las malas. Reivindicación, reparación histórica y talento incuestionable que cruza fronteras. Están pasando movidas muy gordas al otro lado del charco y no voy a ser yo quien se las pierda.

    1. Cien años de soledad, Gabriel García Márquez.
    2. La Fiesta del Chivo, Mario Vargas Llosa.
    3. Las niñas del naranjel, Gabriela Cabezón Cámara.
    4. Nocturno de Chile, Roberto Bolaño.
    5. Nuestra parte de noche, Mariana Enriquez.
    6. Pedro Páramo, Juan Rulfo.
    7. El siglo de las luces, Alejo Carpentier.
    8. Poeta chileno, Alejandro Zambra.
    9. Las malas, Camila Sosa Villada.
    10. Tengo miedo torero, Pedro Lemebel.


Después de un virus letal que paralizó el mundo y de que la inteligencia artificial se haya hecho con el dominio absoluto de Internet, puede que nunca antes en la historia de la humanidad haya sido tan necesario el escapismo. Porque la realidad le ha pisado los talones a la ficción y porque el género, a pesar de tenerlo descuidado, siempre ha supuesto una pieza fundamental en mi historial de lecturas, 2026 va a ser el año en el que regrese a los territorios más estimulantes de la literatura.

    1. Los desposeídos, Ursula K. Le Guin.
    2. Herederos del tiempo, Adrian Tchaikovsky.
    3. Fortaleza de espinas, T. Kingfisher.
    4. Redención en Índigo, Karen Lord.
    5. Dune, Frank Herbert.
    6. Neuromante, William Gibson.
    7. Cita con Rama, Arthur C. Clarke.
    8. Ombria oculta, Patricia A. McKillip.
    9. Leopardo Negro, Lobo Rojo, Marlon James.
    10. Oryx y Crake, Margaret Atwood.


Hace unas semanas, el suplemento Babelia nos sorprendía con el listado de los 50 mejores libros españoles publicados en el último medio siglo, una selección elaborada por más de 100 críticos culturales que viene a instaurar una especie de canon patrio para que nos entretengamos vilipendiando a los elegidos. Como en cualquier lista que se precie, la de Babelia tiene escandalosas inclusiones y aún más escandalosas ausencias. Sin embargo, va a ser la plantilla con la que empiece a tachar ciertos títulos de mi propia lista, la de eternos pendientes, y saldar, de paso, mis cuentas con esa gran olvidada para mí que es la literatura nacional.

    1. La escala de los mapas, Belén Gopegui (#47).
    2. Camino de sirga, Jesús Moncada (#41).
    3. La lluvia amarilla, Julio Llamazares (#37).
    4. Juegos de la edad tardía, Luis Landero (#25).
    5. La mala costumbre, Alana S. Portero (#23).
    6. Olvidado rey Gudú, Ana María Matute (#16).
    7. El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina (#7).
    8. El cuarto de atrás, Carmen Martín Gaite (#3).
    9. Crematorio, Rafael Chirbes (#2).
    10. Corazón tan blanco, Javier Marías (#1).

Anne de Marcken - Dura una eternidad y en un instante se acaba

viernes, 12 de diciembre de 2025



► Título original: It Lasts Forever and Then It's Over
► Traducción: Ce Santiago
► Año: 2024
► Edición:  Sexto Piso (2025)
► Páginas: 142


Semanas después de haber leído este libro sigo sin haber terminado de digerirlo. Y es que la muerte, no podemos negarlo, es un evento que se le atraganta a cualquiera. Sin embargo, el excepcional e indescriptible debut literario de Anne de Marcken es aún más difícil de explicar que el hecho de estar un día en el mundo y de repente no. Esto no va de vivos que descubren el absurdo de continuar existiendo como si nada después de haber perdido a alguien muy importante, ni tampoco de plañideras diatribas filosóficas sobe el proceso de duelo. Con su intrépida, brillante e inclasificable novela Anne de Marcken le ha dado la vuelta al espejo para que dejemos de mirar nuestro reflejo e imaginemos lo que sería echar un vistazo al misterio del otro lado. Porque la muerte es jodida, sí, pero mucho más jodido es morirse.

La protagonista de Dura una eternidad y en un instante se acaba es una mujer que solía estar viva. Convertida en una «no muerta» y despojada de cualquier recuerdo, la narradora deambula por las habitaciones de un hotel decrépito donde otros «no muertos» como ella tratan de recomponer los pedazos de su identidad perdida. La novela está poblada por seres enigmáticos que cuentan con la perseverancia motivacional de un fantasma y la progresiva descomposición física de un zombie, pero con una sensación permanente de confusión y perplejidad que los hace más humanos que nunca. Personas cuyos nombres han sido olvidados y se ven en la necesidad de adjudicarse unos nuevos mientras cargan con el peso de una historia sin resolver, una extremidad recién caída o el incesante graznido de un cuervo alojado en el pecho.

Empujada por un hambre voraz y por la desoladora certeza de haber amado, pero sin acordarse de a quién, la protagonista de Dura una eternidad y en un instante se acaba emprende una suerte de road trip alucinógeno hacia el oeste que la llevará a descubrir paisajes y escenas totalmente insólitas, dignas de una película de David Lynch sobre el apocalipsis. En ese sentido, la novela de Anne de Marcken es un ejercicio narrativo altamente experimental que conducirá a la más absoluta frustración a quienes traten de interpretar todos y cada uno de sus elementos. Si bien no es una obra impenetrable, es profundamente alegórica y escurridiza, caprichosa e impredecible, cosa que para algunos supondrá un escollo insalvable y para otros su característica más preciada.

Desde luego, lo que no hará la propuesta de Anne de Marcken es dejarte indiferente. Entre imágenes de una belleza sobrenatural y contundentes reflexiones sobre la fugacidad del tiempo o la volatilidad de la memoria, la escritora estadounidense crea una atmósfera tan fascinante como absorbente que nos lleva a contemplar el amor como una fuerza indestructible que persiste más allá del más allá. En la apasionante y poética novela de Anne de Marcken, ni el olvido ni la aniquilación aparente del ser humano pueden acabar con la necesidad insaciable de respuestas, con la búsqueda de un reencuentro capaz de devolvernos, si no el amor, al menos llenar el vacío insoportable de su ausencia.

Por paradójico que resulte, no parece haber mejor modo de entender la complejidad de la vida que indagar en lo que ocurre tras su completa desintegración. Dura una eternidad y en un instante se acaba es el rocambolesco escenario donde Anne de Marcken representa de manera simbólica un drama que, no por cotidiano, resulta menos descorazonador. Entre las páginas de esta novela, de las más originales que se han escrito en los últimos años, ocurre una magia tan íntima como frágil, susceptible de romperse el truco cuanto más se empeñe uno en verle las costuras. La odisea de la protagonista es también la de quien la lee, pues no hay viaje sin peaje y, en el caso de esta obra, de excepcional planteamiento e imperfecta ejecución, cuanto más avanzas mayor es el riesgo de perder la estabilidad emocional o la habilidad de distinguir lo fantástico de lo real. A pesar de su manifiesta excentricidad, Dura una eternidad y en un instante se acaba es una experiencia única, de frases y sensaciones inolvidables. Una rara avis literaria donde el tiempo, así como el amor, se dilatan hasta el infinito y tú, ese pronombre indefinido, promiscuo y expansivo, se convierte en el espacio entre yo y yo.


«Las únicas cosas que permanecen son las inalcanzables. Las cosas que son demasiado grandes o demasiado lejanas o se mueven tan despacio que son indetectables. Suaves. Con plumas. Amadas. Ya perdidas. Siempre serán lo que de verdad son, y nunca sabrás qué nombre ponerles.»



Andrea Bajani - El aniversario

miércoles, 10 de diciembre de 2025



► Título original: L'anniversario
► Traducción: Carlos Gumpert
► Año: 2025
► Edición:  Anagrama (2025)
► Páginas: 152


«Hace diez años, ese día, vi a mis padres por última vez. [...] Han sido los diez mejores años de mi vida». Este comienzo tan contundente como prometedor supone la carta de presentación de la novela ganadora del último Premio Strega, obra con la que el autor italiano Andrea Bajani (Roma, 1975) se ha coronado como una de las voces europeas más potentes e irreverentes de la actualidad. Y es que Bajani, adentrándose en el laberíntico y tortuoso terreno de la memoria, desmitifica de manera brutal la sacralidad de los vínculos familiares y ofrece, entre el tono confesional y una honestidad liberadora, la espeluznante crónica de un crimen perpetrado en la intimidad del hogar donde hay asesinato, pero no cuerpo.

Sí, Bajani es capaz de matar al padre como concepto con mucho más ensañamiento que un capo de la mafia siciliana. El aniversario no es más que un epitafio con sabor a venganza terapéutica, un intento por comprender, desde la distancia de los años y mediante el poder incomparable de la ficción, a esos absolutos desconocidos a los que llamamos progenitores y a cuyo cargo tenemos la suerte —o, en algunos casos, la desgracia— de venir al mundo. Una aproximación vehemente, lúcida y extremadamente inteligente a la violencia de los golpes, de los gritos, de los malos modales, pero también de ciertos silencios inexplicables.

Narrada con una estremecedora sensibilidad y un minucioso ímpetu analítico, El aniversario es una historia sobrecogedora sobre un hijo que corta el cordón umbilical por puro instinto de conservación, el relato de un hombre, no sabemos hasta qué punto inspirado en las propias vivencias del escritor, que explica los motivos de su distanciamiento y su negativa a asumir el cuidado de unos seres responsables de tanto dolor. Andrea Bajani señala a la familia como cuna del trauma y trata de esbozar un perfil de los padres del protagonista repleto de lagunas que solo es posible subsanar gracias al esfuerzo de la especulación.

El narrador asume la tarea de reconstruir el retrato de una familia desestructurada empezando por la figura apocada y casi impasible de la madre, una mujer víctima de su tiempo que parece vivir una vida ajena y que dosifica la poca autoridad que puede ejercer desde un inexpugnable bastión de indiferencia. En marcado contraste, el padre de la familia se erige como raíz de la vorágine doméstica, lanzando virulentas andanadas de furia que no solo resquebrajan la paz del hogar, sino que la hacen estallar como si la golpeara un cañón de mortero. Bajani describe la crianza como trinchera, pero lo hace desde una posición de genuina curiosidad que no busca únicamente el resarcimiento o la catarsis, sino que trata de hallar explicación al fracaso entre los escombros de una casa con los cimientos carcomidos. 

Andrea Bajani entiende que los padres cargan con sus propias culpas, frustraciones, remordimientos y pesares, que la intrahistoria es un enjambre de experiencias compartidas, pero de sensaciones que se intersecan. En ese sentido, El aniversario es un excepcional ejercicio de empatía, de bondad, de querer ponerse en el lugar del otro para ver mejor el tuyo propio, una novela desgarradora que sentencia de manera rotunda, pero nunca cruel, las deficiencias de unos roles que a veces se nos vienen demasiado grandes. Y todo por culpa de una paupérrima educación sentimental que queda en la obra de Bajani completamente masacrada y de cuyas secuelas el protagonista de la novela se tendrá que recuperar.

Así, a pesar de su carácter drástico y sombrío, El aniversario me ha parecido una novela absurdamente conmovedora, una deconstrucción diáfana y perspicaz de las relaciones paternofiliales que lo mismo te acaricia con ternura que te sacude con la fuerza de un martillo. Tal y como asegura el protagonista, «en ese acceso, a través de la invención, a lo que el recuerdo no posee estriba precisamente la fuerza brutal de la novela. Que casi siempre se desinteresa de la realidad y aporta siempre la verdad.» Sin duda, entre las páginas de El aniversario, Andrea Bajani ha conseguido plasmar esta máxima con una prodigiosa maestría.


«Y decía, más o menos, que todo cuanto cae sigue cayendo, incluso cuando ya ha tocado el suelo. Porque de todo, en el fondo, lo que cuenta es el peso.»


★★★

Benjamin Myers - Cuddy

lunes, 8 de diciembre de 2025



► Título original: Cuddy
► Traducción: Alberto Moyano Muñoz
► Año: 2023
► Edición:  Piel de Zapa (2025)
► Páginas: 463


La intuición me dice que, por desgracia, no verás este título en muchas listas de los mejores libros del año, pero lo cierto es que el último trabajo de Benjamin Myers (Durham, 1949) merece, lejos de pasar injustamente desapercibido, ser el foco de todas las alabanzas posibles. Proyecto inclasificable de ambición desmedida y prodigiosa —casi perfecta— ejecución, Cuddy es una novela hecha de novelas que giran, no alrededor de un tema, sino de un lugar convertido en personaje donde la realidad histórica se eleva a la categoría de mito.

Todo parte como una reconstrucción imaginada de los últimos días de Cutberto de Lindisfarne, un monje medieval del norte de Inglaterra cuya inspiradora devoción, piedad y enternecedora relación con la naturaleza constituyeron un baluarte contra el barbarismo de los invasores normandos durante una época de oscurantismo e incertidumbre. Tras su muerte, un grupo de fieles organizaron una compañía itinerante que se encargaba de acarrear el cadáver del querido pastor y obispo —del que se decía poseer propiedades milagrosas— mientras buscaban un lugar de descanso para sus restos, que sería, a su vez, punto de fundación de una colosal obra de arte arquitectónica que hoy conocemos como la catedral de Durham.

Haciendo gala de una maestría lingüística sin precedentes, insólita originalidad narrativa y una belleza absolutamente sobrecogedora, Benjamin Myers escribe sobre el legado del santo que da nombre a la novela y otorga a los espacios en blanco de la historia una textura tan plausible como conmovedora. Como si Walt Whitman hubiese reescrito el Hamnet de Maggie O’Farrell, Cuddy se erige como un texto poético, indómito, elegíaco y de una genialidad arrolladora, un sensacional híbrido de narrativa y lírica que adopta formas, de repente diáfanas, de repente retorcidamente barrocas, pero siempre dignas de una divina admiración.

Siglos después de su traslado definitivo, el bendito Cuddy seguirá siendo protagonista involuntario de tramas venideras. Myers entrelaza las andanzas del icono mesiánico con vidas aparentemente anodinas, insignificantes, engullidas por el implacable paso del tiempo, pero que de un modo u otro se vieron tocadas por su estela. Por ejemplo, la segunda parte de la novela está enfocada en el estremecedor relato de supervivencia de una cervecera casada con un arquero que la somete con extrema violencia. Mientras su marido combate en el ejército del rey, la joven descubrirá junto a uno de los canteros de la catedral que el amor no es una manifestación de autoritarismo, sino la piedra angular sobre la que erigir una nueva religión.

Más tarde, Cuddy nos traslada a los albores del siglo XIX, haciéndonos partícipes, mediante los diarios de un historiador experto en su campo, de una ominosa operación eclesiástica que tiene como objetivo exhumar los restos de San Cutberto. Mientras que la última sección, ambientada en 2019, relata el calvario de un adolescente en el precario sector de la construcción al tiempo que cuida de su madre enferma de cáncer y descubre, en compañía de una chica por la que empieza a sentir algo más que amistad, la apasionante majestuosidad de un edificio capaz de trascender los límites del tiempo.

Y es que, si existe, como tanto gente empieza a sospechar, un auge de la espiritualidad en la cultura, no es solo gracias a películas como Los domingos o discos como LUXsino que ambos productos podrían integrar una trinidad hipotética a la que habría que añadir, sin ningún atisbo de duda, la monumental Cuddy de Myers, una novela que reflexiona de manera experimental sobre nuestra relación con la historia, así como con sus vestigios. Figura solemne que vela por los lectores sedientos de experiencias catárticas, recipiente de las plegarias elevadas al éter en nuestras horas más bajas, Cuddy es una novela inolvidable e inexplicable, un misterio capaz de inducir al más apostólico de los ateos a un eufórico éxtasis de fervor.


«Las historias que nos contamos los unos a los otros son lo único que quedará cuando el tiempo muera e incluso las más duras piedras esculpidas se conviertan en polvo.»


★★

Yael van der Wouden - La guardiana

sábado, 6 de diciembre de 2025



► Título original: The Safekeep
► Traducción: Victoria Alonso Blanco
► Año: 2024
► Edición:  Salamandra (2025)
► Páginas: 288


En La guardiana, el aclamado debut literario de la escritora holandesa Yael van der Wouden (Tel Aviv, 1987), basta un trozo de vajilla enterrado en el jardín de una casa rural para poner en marcha los más funestos presagios. Isabel, la protagonista de la novela, es una muchacha disciplinada y hermética que, tras la muerte de su madre y la marcha de sus hermanos, se queda como único custodio de la vivienda familiar, a la que llegó de pequeña escapando de una terrible hambruna que azotaba las calles de Ámsterdam durante el período de posguerra. La vida de Isabel es predecible y sin sobresaltos. Somete cada estancia y rincón de la casa a un exhaustivo escrutinio. Nada escapa de su control. Por eso, cuando descubre el fragmento de porcelana, Isabel comenzará a sospechar, no solo que la criada está amasando a sus espaldas un alijo de utensilios domésticos robados, sino que los cimientos de su hogar podrían estar enraizados en un capítulo del pasado desconocido para ella.

Ahora bien, vigilar los movimientos de la criada va a convertirse en una de las menores preocupaciones de Isabel. Su hermano Louis, ingeniero de boyante carrera y mujeriego empedernido, organiza una cena familiar para presentar a su nueva conquista, Eva, una mujer vivaracha, intrigante y poco seria que provoca en Isabel una irritante primera impresión. Poco se imagina Isabel que, a partir de ese momento, Eva va a formar una parte sustancial de su vida, pues Louis se dispone a realizar un viaje de negocios al extranjero y le pide a su hermana —o más bien le ordena, como propietario legítimo— que acoja a su futura prometida bajo su techo.

A partir de esta premisa, Yael van der Wouden establece las bases de una historia claustrofóbica y sofocante que tiene como objetivo retratar el deterioro que produce en la cordura de Isabel tener que lidiar con las atenciones de una absoluta desconocida. La constante presencia de Eva se percibe como un incordio, una invasión insoportable de la intimidad y la tranquilidad de Isabel como consecuencia, más bien, de su prolongado aislamiento y su falta de afecto. Pero, como se suele decir, el roce hace el cariño, y quizá la intensa animadversión que Isabel siente hacia su inquilina sea la manifestación de un sentimiento mucho más indecoroso y prohibido que el odio.

La guardiana es, al menos durante su primera parte, una cautivadora radiografía del deseo indeseado y los mecanismos del autoengaño, una especie de retorcido relato en clave de estudio psicológico repuntado por una efervescente tensión narrativa y una desbordante energía sexual que se expande con la inercia de una fuerza largo tiempo reprimida. Yael van der Wouden ha escrito una obra sugerente y reveladora sobre las aristas del espacio que existe entre el amor y el anhelo irracional, una indagación en las heridas de la Segunda Guerra Mundial, los recovecos de la memoria y las cicatrices de la infancia, así como de su repercusión en la vida adulta. No obstante, aunque Yael van der Wouden tenía en sus manos una historia cargada de seductora pirotecnia, ha optado por una ejecución un tanto errática y descafeinada. 

Sí, para haber sido galardonada con un premio tan importante como el Women’s Prize, me ha sorprendido lo fácilmente que la novela de Yael van der Wouden deriva hacia la redundancia y el estereotipo. En lugar de explorar el feminismo ácido, obsesivo y extremadamente corporal de autoras como Ottessa Moshfegh, al que parece aspirar, van der Wouden se decanta por un melodrama histórico de imágenes recicladas y frases inacabadas donde el romance surge de forma tan drástica como poco inspirada. El mensaje reivindicativo de la obra, en el que Isabel se erige como estandarte de mujer autónoma que reclama su independencia en contra de las convenciones sociales, se diluye en una trama previsible e insulsa, además de un estilo cargante con propensión a las escenas de alto voltaje pero escaso ingenio literario. A pesar de todo, si bien La guardiana se postula como una propuesta mejorable, el debut de Yael van der Wouden constituye buena muestra de una voz prometedora que llega para decir lo que muchas antes que ella han mantenido oculto.


«Qué sabían ellos lo que era no hablar con nadie durante días y días, no haber conocido las caricias de otro ser humano, no haberlas conocido nunca, qué sabían del deseo y de no haber sentido otra piel sobre la tuya, y de una casa cada vez más y más vacía.»



Anne Tyler - Tres días de junio

jueves, 4 de diciembre de 2025



► Título original: Three Days in June
► Traducción: Ana Mata Buil
► Año: 2025
► Edición:  Lumen (2025)
► Páginas: 192


Gail Baines no está pasando por su mejor momento. A sus sesenta años, su jefa, directora del centro de estudios donde trabaja, le comunica su despido justo cuando Gail estaba esperando un ascenso. Es la víspera de la boda de su hija Debbie, y para colmo, su exmarido Max se presenta en su casa sin previo aviso buscando alojamiento y con una gata atigrada bajo el brazo. Y si Gail pensaba que esta explosiva confluencia no podría volverse más complicada, Debbie le confiesa a sus padres un preocupante descubrimiento sobre su futuro marido que podría poner en peligro la inminente ceremonia.

En su más reciente novela, Anne Tyler (Minneapolis, 1941) se vale de un acontecimiento crucial en la vida de cualquier persona para realizar una sofisticada meditación sobre la trascendencia de lo cotidiano. La crisis provocada por las dudas de Debbie sobre su matrimonio removerá una serie de vivencias en la protagonista que dan forma a la excepcional tensión narrativa del relato y nos plantean interesantes cuestiones acerca del pasado, la culpa, la naturaleza escurridiza de las relaciones y los límites del conocimiento que podemos obtener de nosotros mismos y de los demás.

Para sorpresa de Gail, Debbie decide creerse las rocambolescas explicaciones de su prometido y sigue adelante con los preparativos, provocando las reticencias de una madre que sabe de primera mano lo fácil que resulta enmascarar las traiciones, especialmente cuando contar la verdad pueda dinamitar la conveniente normalidad sobre con la que se confeccionan nuestros disfraces. Sin duda, Gail Baines es una protagonista fascinante y compleja, uno de los personajes más profundos, claroscuros y moralmente cuestionables que he leído en mucho tiempo y que soporta, con deslumbrante gracilidad, el peso de una historia tan emocionante como cautivadora, capaz de devolverte la fe en la posibilidad de reconciliarse con esos capítulos de nuestra vida que creíamos cerrados.

Como su propio nombre indica, Tres días de junio es una obra dividida en tres actos, tres jornadas vibrantes y frenéticas que demuestran, no solo la excepcional maestría de Anne Tyler para convertir lo trivial en algo transformador, sino el potencial que encierran 72 horas para poner patas arriba tus certezas más afianzadas y exponer el relato de toda una vida bajo una luz más esclarecedora. A pesar de la engañosa simplicidad de una novela sustentada sobre escenas de utilitarismo doméstico, emociones soterradas y conversaciones mundanales, pero siempre al borde de una contenida quiebra, Tres días de junio contiene una sensacional carga dramática que convive, no obstante, con el riesgo de pasar desapercibida.

Por suerte, no ha sido mi caso, pues he disfrutado de lo lindo con esta brillante novela que me ha atrapado de principio a fin, y que te mantiene en suspense ante la cantidad de cosas que pueden saltar por los aires mientras te va desgranando con destreza y empatía los entresijos de su protagonista, azuzada por sus dilemas, sus decisiones, quizá erróneas, y sus expectativas frustradas. Tres días de junio es una maravillosa, sutil y reconfortante meditación sobre la resiliencia del amor, sobre las causas que lo despiertan, lo truncan o lo posponen, sumiéndolo en un letargo del que amenaza con regresar en un momento más oportuno, cuando estamos más receptivos o, en el peor de los casos, más desprevenidos. Anne Tyler demuestra, después de una trayectoria compuesta por más de 20 novelas, que sigue siendo una absoluta experta en el arte de crear atmósferas minimalistas, íntimas e introspectivas, material con el que fabrica historias absolutamente ordinarias, pero no por ello menos inolvidables.


«La rabia sabe mucho mejor que la tristeza. Es más limpia, en cierto modo, y más definida. Pero luego, cuando la rabia se esfuma, la tristeza vuelve a ocupar su sitio, igual que siempre.»


★★★

Jacqueline Harpman - Yo que nunca supe de los hombres

martes, 2 de diciembre de 2025



► Título original: Moi qui n'ai pas connu les hommes
► Traducción: Alicia Martorell
► Año: 1995
► Edición:  Alianza Editorial (2025)
► Páginas: 184


30 años después de su publicación, Yo que nunca supe de los hombres está experimentando una segunda vida, al parecer, gracias al algoritmo de TikTok y al colosal poder de convocatoria de Dua Lipa. Quienquiera que aún piense que no estamos atrapados en un capítulo de Black Mirror que se lo haga mirar. En cualquier caso, agradezco a los actuales vientos que soplan las velas del mercado editorial que hayan permitido cruzarme en el camino de este libro porque la obra de Jacqueline Harpman (Etterbeek, 1929) es una de las narraciones distópicas más intrigantes, audaces y conmovedoras que he tenido la suerte de leer, una novela absolutamente sorprendente y arriesgada, pero que recompensa con creces el salto de fe necesario para adentrarse en ella.

La historia arranca con un grupo de cuarenta mujeres enjauladas en un sótano, desprovistas de cualquier atisbo de su pasado y sometidas constantemente a la estricta vigilancia de unos guardias que observan impasibles y no hacen nada aparte de suministrarles comida y sofocar cualquier intento de las prisioneras de quitarse la vida. De entre ellas destaca una niña perspicaz y con espíritu inconformista que no conserva ningún recuerdo previo a su confinamiento, ni del cataclismo que acabó con el mundo antiguo, pero que es víctima de una curiosidad impertinente y una necesidad apremiante de conocimiento, tanto del mundo más allá de las rejas como de su interior agitado y repleto de interrogantes.

La joven protagonista, movida por un creciente sentido crítico, rápidamente cuestiona los preceptos del reducido orden social del que forma parte y pone en entredicho la autoridad de las mujeres más mayores del clan, liderando una resistencia contra la opresión del sistema que pasa por un individualismo idealista y una convicción inamovible en la incapacidad de imponer restricciones al milagro del pensamiento propio. Sin embargo, un buen día se disparan las alarmas del búnker, los soldados uniformados desaparecen sin dejar rastro y de repente las cuarenta prisioneras se ven obligadas a sobrevivir en un paisaje abandonado, con la única compañía de su soledad mutua y la terrible sospecha de que su recién adquirida libertad no es sino la misma cadena con otros eslabones.

Así, la protagonista de Yo nunca supe de los hombres narra su emocionante periplo a través de un mundo carente de sentido junto a sus compañeras de fatiga, embarcadas en un fútil viaje en busca de significado que las llevará a deambular por un planeta sospechosamente parecido al nuestro, pero que despierta tanta familiaridad como alienación. Jacqueline Harpman ha escrito una obra sobria y elegante, pero exquisitamente compleja, rica en detalles y heredera de una entusiasta reivindicación de la experiencia humana. Desde un prisma de obnubilada inocencia, Harpman se pregunta cuál es el valor de la vida y qué hace, aun cuando existen tantos elementos empecinados en erradicarla, que merezca la pena vivirla.

La trama de la novela supone, en gran parte, un recorrido por los emotivos lazos de sororidad, amor y admiración que se tienden entre las mujeres del grupo a medida que se van conociendo y creando experiencias compartidas. El envejecimiento, la enfermedad y, finalmente, la inevitable muerte se erigen como teloneros de un destino aciago que va cobrándose su salario, diezmando la población de una comunidad condenada, tras la desaparición de los hombres, a una extinción prematura, sin que la protagonista alcance a vislumbrar si su existencia obedece a los designios de un experimento macabro, a la azarosa casualidad o al entretenimiento cruel de un dios indolente.

No obstante, a pesar de su tono apesadumbrado, la novela está llena de esperanza. Jacqueline Harpman ha elaborado una obra de ritmo pausado, pero repleta de giros inquietantes e imprevisibles; una novela de impresiones fugaces y poso duradero que nos recuerda la extrema relevancia, no de dejar vestigios, sino de dar testimonio. Yo que nunca supe de los hombres es una reflexión futurista, y al mismo tiempo atemporal, sobre la paradójica condición humana, insignificante y trascendental, y de cómo podemos aspirar a la eternidad mientras permanezcan en circulación las historias a las que damos forma.


«No sabía nada de él, pero tampoco sabía nada de mí misma, salvo que un día yo también moriría y que, como él, me construiría un soporte que me mantuviera erguida, mirando al frente hasta el último momento, cuando la muerte hubiera vencido mi mirada, sería como un monumento de orgullo alzado con odio frente al silencio.»


★★★

 
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