martes, 26 de enero de 2016

Jonathan Lethem - Huérfanos de Brooklyn


► Título original: Motherless Brooklyn
► Traducción: Cruz Rodríguez Juiz
► Año de publicación: 1999
► Editorial: Literatura Random House
 Páginas: 352



Nueva York es, sin duda alguna, la ciudad que más veces he visitado en la literatura. Un lugar investido con cierto aroma a leyenda que solo he experimentado a través de recuerdos y sensaciones ajenas, eso sí, lo suficientemente vívidas como para lograr que te formes una imagen (dentro de lo posible, caro está) fidedigna en la cabeza. Sin embargo, justo cuando pensaba haber dominado por completo la teoría, Jonathan Lethem aparece en mi vida para darme algunas lecciones interesantes sobre la práctica. La novela, para muchos favorita, del escritor norteamericano aporta ángulos y perspectivas sobre las calles neoyorquinas que han revitalizado mi concepto acerca de una ciudad despojada violentamente de su instinto maternal, condenada ahora a alumbrar vástagos perdidos y desorientados. 

Uno de tantos huérfanos a los que hace referencia el título de la novela es el memorable Lionel Essrog, protagonista de esos que en apenas un par de párrafos son capaces de ablandar, derretir y por último conquistar el corazón de todo aquel que decida husmear entre las páginas de su historia. Lionel padece síndrome de Tourette, un trastorno neurológico que consiste en mucho más que proferir una verborreica ráfaga de exabruptos y obscenidades, al principio cómica, pero que después se vuelve tan deseable como una fístula en el ano. Su enfermedad, agravada por un comportamiento obsesivo-compulsivo y unas circunstancias profesionales cuando menos estresantes, no cumple una función meramente descriptiva, sino que condiciona en gran medida su carácter, relaciones, creencias y oportunidades.

La realidad necesita algún que otro error, la alfombra ha de tener algún defecto. Mis palabras empiezan a tirar nerviosamente de las hebras buscando asidero, un punto débil, una oreja vulnerable. Entonces llega la urgencia de gritar en la iglesia, en la guardería, en el cine abarrotado. Empieza con una comezón. Sin importancia. Pero pronto la comezón es un torrente atrapado tras un dique a punto de reventar. El diluvio universal. Mi vida entera. Ya vuelve. Anegándote las orejas. Construye un arca.—¡A la mierda! —grito.

Abrirse paso en el mundo no es tarea fácil, y menos para una persona que ya aterriza en él arrastrando de un pesado bagaje capaz de dificultar cualquier tarea, por minúscula que parezca. Criado entre orfanatos, barrios conflictivos y ambientes asfixiantes donde la decadencia se adhiere a tus pulmones, Lionel y su cuadrilla de imberbes tipos duros acaban convirtiéndose en los hombres de confianza de Frank Minna, semicélebre mafioso local, y forman una esperpéntica agencia de detectives que desempeña la función de familia adoptiva. Al fin y al cabo, hay cosas que unen más que la sangre, y pertenecer a una desastrada célula criminal es por lo visto una de ellas. Sin embargo, cuando un encargo en apariencia inofensivo acaba con la vida de Frank, Lionel recogerá el testigo de la investigación, sin sospechar que está a punto de embarcarse en una peligrosa y oscura maraña de actividades delictivas.

Ahora bien, si la excéntrica característica de Lionel le aporta un importante grado de peculiaridad que resalta su atractivo, el inusual desarrollo de la trama policíaca logra un efecto similar en la novela de Lethem. El argumento, bastante intangible de por sí, enseguida toma derroteros desconcertantes y poco habituales que te obligan a no despegar la vista de todo cuanto pasa entre líneas: cada llamada, cada gesto, cada reveladora, enigmática o superflua conversación adquiere la importancia de un acontecimiento esencial. Y aunque se nos dice en la contraportada que el objetivo de la novela es resolver un caso de homicidio, en más de una ocasión nos descubrimos indagando en el touréttico historial de Essrog en busca de indicios que nos ayuden a comprender lo que pasa por su mente a la velocidad de un fracaso, un desamor o una frase malinterpretada.

Muchos de sus elementos señalan que Huérfanos de Brooklyn está llamado a ser un homenaje a esos omnipresentes clichés y convenciones del género noir, pero lo cierto es que Lethem incurre en todos ellos de una forma tan desenfadada y poco ortodoxa que no nos importaría hacer acampada, uno por uno, en aquellos lugares comunes que conforman su estructura ósea. No se trata de una novela perfecta, ni mucho menos, pero sí que está perfectamente desequilibrada. Son sus carencias las que, de entre todas sus cualidades, mejor transmiten la esencia del Nueva York dibujado por Lethem. Así que no dudéis en darle una oportunidad a la menor ocasión. Solo por el placer de vivir —aunque solo sea por unas horas— a través de Essrog y su medio cómica, medio trágica mirada, Huérfanos de Brooklyn es un libro que merece mucho la pena.



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