► Autor: Margaret Atwood
► Traducción: Miguel Temprano García
► Año de publicación: 1979
► Editorial: Lumen
► Páginas: 408
Hay ciertos autores que caen en tus manos y de repente leer deja de ser un mero pasatiempo. Se convierte en un reto. Una amenaza. Algo que te pone contra las cuerdas. Cuando entran en juego palabras tan ostentosas como reputación, prestigio o expectativas, no existe posibilidad de tregua ni de escapatoria. Quien se haya enfrentado a un libro de Margaret Atwood sabe bien de lo que hablo, pues la escritora canadiense no es que intimide, es que directamente acojona. Ni siquiera huyendo hacia uno de sus primeros trabajos puedes evitar la sensación constante de estar siendo observado por un millar de ojos que evalúan cada una de tus reacciones. Aún así, esa presión añadida que ha de sufrir todo recién llegado a la obra de Atwood no consigue obviar un hecho indiscutible, y es que la artífice de novelas tan emblemáticas como El cuento de la criada, El asesino ciego o La mujer comestible es una narradora sencillamente prodigiosa.
En el caso de Nada se acaba, resulta algo más complicado de lo normal justificar semejante alegato. Las pruebas están ahí, por supuesto, sumergidas en un subtexto de dimensiones geológicas. Pero es preciso indagar. Y es que los personajes de esta novela se componen de sólidos e innumerables estratos a los que solo se accede mediante sutiles técnicas de arqueología narrativa. Algunos, como Lesje, están convencidos de que la vida era mucho más atractiva durante la prehistoria. Una existencia limitada a satisfacer las necesidades básicas que se requieren para mantener a flote el organismo, ajena a todo tipo de enrevesadas cuestiones emocionales. Aunque la paleontología es su campo de especialización, Lesje tiene dificultades para comprender a plenitud sus propios y fragmentarios orígenes. Su pasión por los fósiles y el carácter soñador que la identifica dan como resultado un cúmulo de fantasías en el que los dinosaurios campan a sus anchas por las instalaciones del museo en el que trabaja, un lugar donde sus constantes miedos e inseguridades se condensan hasta el punto de provocar su dependencia a la opinión que los demás tienen de ella.
Por otro lado, nos encontramos con Elizabeth y Nate. Nate y Elizabeth. Dos individuos sumidos en una espiral de infidelidades consensuadas. La suya es una relación abierta en la que salen, entran y dejan sus pertenencias toda clase de personas. Sin embargo, el brutal suicidio de Chris, último amante de Elizabeth, consigue dinamitar la controvertida dinámica conyugal de estos dos personajes y reabrir viejas heridas sentimentales, dejando así el terreno preparado para una auténtica batalla campal repleta de amargura y resentimiento hacia la que Lesje también se verá arrastrada. Y no, no estoy hablando de un simple triángulo amoroso. La originalidad y agudeza de Margaret Atwood proporcionan aquí un indispensable lavado de cara a esos trillados idilios en forma de polígono. De hecho, para tratarse de una obra publicada originalmente en 1979, Nada se acaba puede presumir de tener una envidiable contundencia y lozanía que está presente en la gran mayoría de sus mecanismos narrativos. En ese sentido, puede que la novela de Atwood sea vieja, pero desde luego no es anticuada.
Asimismo, empleando un estilo sobrio, elegante y concentrado, Atwood dispensa a lo largo de estas cuatrocientas páginas certeras dentelladas que pueden desarmar al oponente más experimentado. A pesar de que la historia fluctúa en todo momento por territorios que son cualquier cosa menos reconfortantes, los demoledores pasajes de Nada se acaba destilan la perspicacia, ternura y sabiduría de una abuela encerrada en el cuerpo de una mujer más joven. Y esto es así porque Margaret Atwood, además de evidenciar un profundo conocimiento de la naturaleza humana, expone sin contemplaciones las vulnerabilidades de unos personajes a los que muchas veces cuesta encontrar el lado amable. De ellos solo se perciben bordes y vértices puntiagudos. No obstante, también existe en su interior un vívido deseo de trascender. Cierta calidez que se filtra de vez en cuando por las rendijas. Una voluntad de romper con los errores del pasado e impedir su transmisión a generaciones futuras. Ahora bien... ¿acaso es este un propósito razonable? ¿Es siquiera factible? Queda patente, pues, que las deliberaciones literarias de Margaret Atwood no se erigen sobre temas banales ni perspectivas corrientes.
En definitiva, puede que no sea apto para todos los paladares, pero este primer trabajo que cae en mis manos de la aclamada escritora canadiense me ha parecido de lo más interesante. No podría ser de otro modo, teniendo en cuenta que la posibilidad de alcanzar un estatus más elevado a través de algo tan abstracto e inaprensible como el amor es una constante que impulsa y guía los movimientos de la novela. Sobrevivir a la muerte, el sueño y el olvido tal y como una carcasa que permanece siglos y siglos tallada en piedra. Ese es el objetivo último por el que luchan los seres que habitan entre las páginas de Nada se acaba. Que finalmente lo consigan o no es algo que debo dejar a la imaginación de cada lector. Sin embargo, sí que puedo dejar clara una cosa: no os vais a arrepentir de haber intentado averiguarlo.
Por otro lado, nos encontramos con Elizabeth y Nate. Nate y Elizabeth. Dos individuos sumidos en una espiral de infidelidades consensuadas. La suya es una relación abierta en la que salen, entran y dejan sus pertenencias toda clase de personas. Sin embargo, el brutal suicidio de Chris, último amante de Elizabeth, consigue dinamitar la controvertida dinámica conyugal de estos dos personajes y reabrir viejas heridas sentimentales, dejando así el terreno preparado para una auténtica batalla campal repleta de amargura y resentimiento hacia la que Lesje también se verá arrastrada. Y no, no estoy hablando de un simple triángulo amoroso. La originalidad y agudeza de Margaret Atwood proporcionan aquí un indispensable lavado de cara a esos trillados idilios en forma de polígono. De hecho, para tratarse de una obra publicada originalmente en 1979, Nada se acaba puede presumir de tener una envidiable contundencia y lozanía que está presente en la gran mayoría de sus mecanismos narrativos. En ese sentido, puede que la novela de Atwood sea vieja, pero desde luego no es anticuada.
Asimismo, empleando un estilo sobrio, elegante y concentrado, Atwood dispensa a lo largo de estas cuatrocientas páginas certeras dentelladas que pueden desarmar al oponente más experimentado. A pesar de que la historia fluctúa en todo momento por territorios que son cualquier cosa menos reconfortantes, los demoledores pasajes de Nada se acaba destilan la perspicacia, ternura y sabiduría de una abuela encerrada en el cuerpo de una mujer más joven. Y esto es así porque Margaret Atwood, además de evidenciar un profundo conocimiento de la naturaleza humana, expone sin contemplaciones las vulnerabilidades de unos personajes a los que muchas veces cuesta encontrar el lado amable. De ellos solo se perciben bordes y vértices puntiagudos. No obstante, también existe en su interior un vívido deseo de trascender. Cierta calidez que se filtra de vez en cuando por las rendijas. Una voluntad de romper con los errores del pasado e impedir su transmisión a generaciones futuras. Ahora bien... ¿acaso es este un propósito razonable? ¿Es siquiera factible? Queda patente, pues, que las deliberaciones literarias de Margaret Atwood no se erigen sobre temas banales ni perspectivas corrientes.
En definitiva, puede que no sea apto para todos los paladares, pero este primer trabajo que cae en mis manos de la aclamada escritora canadiense me ha parecido de lo más interesante. No podría ser de otro modo, teniendo en cuenta que la posibilidad de alcanzar un estatus más elevado a través de algo tan abstracto e inaprensible como el amor es una constante que impulsa y guía los movimientos de la novela. Sobrevivir a la muerte, el sueño y el olvido tal y como una carcasa que permanece siglos y siglos tallada en piedra. Ese es el objetivo último por el que luchan los seres que habitan entre las páginas de Nada se acaba. Que finalmente lo consigan o no es algo que debo dejar a la imaginación de cada lector. Sin embargo, sí que puedo dejar clara una cosa: no os vais a arrepentir de haber intentado averiguarlo.
Yo disfruté mucho con un libro de relatos suyos pero no me acuerdo del título. Este me lo apunto.
ResponderEliminarBesotes.
Hace poco leí mi primer título de esta autora, The handmaid's tale, y me dejo un gusto agridulce. Tengo intención de leer más de la autora durante el próximo año...
ResponderEliminar¡Buenas! Como no veo ningún sitio más donde escribir esto, lo hago aquí.
ResponderEliminarMe gustaría saber porque no haces más "In my mailbox" o artículos más variados como antes. He notado como un frenazo bastante fuerte en cuanto a la publicación de contenido nuevo. Te sido desde hace años y es el único blog de literatura que visito a diario.
¡Saludos!
A mi me encantó el cuento de la criada y espero leer mas de esta señora :)
ResponderEliminarEste me pareció una delicia de libro, gran recomendación!
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